Llegamos a su casa. Yo estaba totalmente calada y chorreando. Nos quitamos los abrigos y los colgamos en el perchero. Yo estaba dispuesta a decirle enseguida lo de llevar nuestra realión de forma discreta y secreta para así no hacer daño a nadie, pero no me dio tiempo a decir nada pues enseguida me cogió de la mano y me llevó hasta el sofá. No sabía qué quería. Me tenía desconcertada. Con mucho tacto y educación me dijo: “por favor, sientate, que estarás mucho mejor sin las botas”. Yo me senté y él empezó a sacar lentamente de cada bota cada una de las perneras del vaquero. Las sacó con mimo, como disfrutando, sacando el vaquero totalmente por fuera de las botas (eran unas botas altas). Con igual mimo y tacto me sacó sacó cada una de las botas, quedándome solo con las medias. Yo me quedé cortada como una niña pequeña. Incluso un poco asustada temiendo que quisiera seguir quitándome más ropa. Pero no fue así, pues solo se limitó a decir: “Tranquila, veras como enseguida con la calefacción entras en calor y te acabas secando del todo. Eso sí, te voy a traer una toalla para el pelo”. Lo cierto es que debía tener una pinta horrible después de haberme calado tanto bajo la lluvía. Al momento me trajo una toalla y me pude secar el pelo. Iñigo era muy paternalista, y hacía todo con mucho mimo, cuidado, tacto y encanto. Estaba claro que quería contentarme y lo estaba consiguiendo. Era perfecto en todo.
De todos modos, una vez que tuve seco el pelo, no quise demorar más el tema principal y se lo solté todo de golpe acerca de llevar con muchísima discrepción y secretismo nuestra posible relación para así no hacer daño a Pilar. Él lo entendió a la primera y me comentó que pensaba lo mismo y que hasta se había planteado que estuviésemos sin vernos varias semanas, pero que era mucho mejor plan el vernos a escondidas porque tenía muchas ganas de estar conmigo. Por lo que fue todo un alivio aclarar todo esto de una vez. Además yo ya era toda una experta en eso de llevar una relación confidencial y secreta por todo lo que había pasado con Rafa en años anteriores. Desde ese momento que lo aclaramos ya nos relajamos un montón y empezamos a hablar de mogollón de cosas entre nosotros, principalmente de moda y desfiles, claro, y de las posibilidades de que me siguieran llamando para muchas más cosas y hacerme más sesiones de fotos como módelo. Iñigo estaba muy metido de lleno en este mundillo, a pesar de tener solo 20 años, y me podía ayudar mucho en ello. Aun así, también hablamos de otros muchos temas más triviales que nos hizo pasar una tarde muy distendida, divertida y entretenida. Además, me demostró que tenía mucho más sentido del humor del que yo creía con algunas ocurriencias que me hicieron reír mucho. Finalmente se hacía tarde y me tenía que ir ya para casa, pero Iñigo insistió (aprovechando que estaba solo en casa) en que cenase con él esa noche. Yo no quería. No sé porque pero no quería. Pero insistió tanto que acabé llamando a mi madre para decirla que iba a cenar en casa de una amiga.
La cena no es que fuese muy elaborada, pues solo se limitó a meter en el horno un par de pizzas. Eso sí, para beber abrió una botella de vino que al parecer era buenísimo (por aquel entonces yo era muy niña y no tenía ni idea de vinos, bueno, en realidad sigo sin tener ni idea hoy en día) . La cena fue una continua sucesión de risas, ocurrencias y conversación muy amena. Conectabamos muy bien. Por supuesto que el vino (sobre todo en mi caso que no estoy acostumbrada a beberlo) te relaja y desinhibe mucho, pero aún así fue todo perfecto. Un sueño hecho realidad. Incluso, aunque no había velitas ni música de fondo ni esas cosas, se podía respirar en el ambiente un tono romántico y sentimental. A mí me encantó. Y me lo pasé de maravilla. Tanto que al final acabé llamando al móvil a mi madre para decirla que esa noche me quedaba a dormir en casa de una amiga. En parte era cierto, solo que en vez de una amiga era un amigo. Pero es que la ocasión lo merecía, pues al fin y al cabo era mi primera cita oficial con Iñigo y, aunque en ningún momento me había pedido salir oficialmente, ya era un hecho evidente de que eramos novios. Aunque lo mejor de la noche estaba por llegar. De hecho, aún hoy en día me ruborizo al recordarlo y cómo se nos desató la lengua con temas que jamás me hubiera imaginado ser capaz de hablar con un chico. Supongo que el vino fue lo que nos desató la lengua y el estar tan desinhibidos, cómodos y agusto hizo que hablásemos sin censura. Pero no quiero adelantar acontecimientos, e intentaré contarlo todo paso a paso tal y como ocurrió.
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