No sé cómo ni porqué nuestra conversación derivando hacía temas más candentes y sensuales. Supongo que el embriagador efecto del vino nos desinhibió mucho y tras llevar muchísimo tiempo hablando de otras cosas acabamos hablando de temas más atrevidos. Lo cierto es que el que más hablo fue él, empezó a contar las típicas fantasías que ponían a los chicos: que la chica se vista de colegiala o enfermera, el hacer un trío, el montáselo en un sitio público como un lavabo, el hacerlo con lencería picante, un poco de rollo de dominación amo-sumisa, ver en plan voyerista cómo se lo montan otra pareja, el sexo oral, etcétera. Vamos, las típicas fantasías de todos las chicos. ¡Ay, son todos iguales y que poco originales son!. Lo cierto es que me gustó y divirtió escucharle pero sobre todo empecé a mostrar verdadero interés cuando me empezó a contar algo que le había pasado estando en un campamento en Inglaterra cuando tenía 14 ó 15 años. Esa historia despertó mi morbo y activó mi curiosidad. Más que nada por ser el propio Iñigo el que estaba abriendo su corazón y desvelando cosas que, estoy segura, jamás hubiese desvelado de no llevar encima media botella de vino. ¿por qué me interesó y excitó tanto intelectualmente esta historia? Pues es difícil de explicar, pero era porque, a diferencia de las típicas y aburridas fantasías masculinas de siempre, esta sí que tenía el morbo del deseo no complacido y la frustración sexual acumulada. Y eso siempre ha sido, antes y ahora, lo que más me ha excitado sexualmente de cualquier historia.
Trataré de contarlo más o menos como me lo contó él, pero seguro que se me olvidarán muchos detalles importantes pero en esencia relataré más o menos lo que me dijo. Iñigo me contó que en ese campamento de Inglaterra había una chica de su misma edad (15 años) que le gustaba mucho, solo que era extremadamente recatada, mogigata e introvertida. Según él era preciosa pero siempre iba vestida de forma elegante pero muy recatada. Siempre con un jersey encima de la camisa. Siempre. Iñigo me contó que nunca consiguió verla solo en camisa, que solo podía ver de la camisa lo poco que sobresalía del cuello del jersey. Él sospechaba que él le gustaba a ella, solo que como era así de retraída nunca lo manifestaría. Por eso en una noche en el salón de madrugada que estuvieron todos jugando a la botella giratoria se le ocurrió una idea. Y es que el que perdiese empezaría con besos, pero luego tendría que quitarse una prenda. Tenía unas ganas locas de verla quitarse el jersey y se quedara solo en camisa. El problema es que eran muchísimos los que jugaron, por lo menos 15, y claro, había poquísimos probabilidades de que le tocase varias veces seguidas a ella (y encima había más chicos que chicas, unos 8 chicas y unas 6 chicas). Lo único que consiguió Andrea, que así es como se llamaba, es dar un simple beso en los labios, y encima le tocó con otro chico. Por lo que el dichoso juego de la botella solo sirvió para aumentar la ansiedad y el deseo sexual de Iñigo hacía ella.
Según Iñigo me iba contando esta historia más morbo me estaba dando, pues contenía todos los factores que me encantan, es decir, el deseo sexual reprimido y no resuelto, el rollo fetichista de querer subirle el jersey aunque fuese un poco solo para verla en camisa, la ansiedad de la impotencia de no poder acceder a ella y, sobre todo, el morbo añadido de anhelarla tanto y no conseguir nada. Esa historia tenía todos los ingredientes que me encantaban. Por lo que seguí escuchándole con mucha atención porque me estaba excitando intelectualmente muchísimo, y eso es lo que más me encanta. Por lo que le pedí que prosiguiera con el relato. Me siguió contando que estaba tan excitado y embobado por esta chica que esa misma noche se tuvo que ir al cuarto de baño a masturbarse por ella porque le tenía fascinado. Lo interesante vino al día siguiente. Todos dormían en habitaciones de dos y en cada habitación había un cesto grande para echar la ropa sucia para luego llevarla a la lavandería del campamento. Estaba Iñigo charlando con la compañera de cuarto de Andrea cuando se percató que justo en el cesto estaban echados a lavar tanto el jersey como la camisa que Andrea había llevado el día anterior. Eso despertó el morbo y la líbido de Iñigo hasta el extremo de obnubirla por completo su sentido común.
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