El diario de Noa: Capítulo 195º

Por lo que en un momento que la compañera de cuarto salió porque la estaban llamando para algo cogió la camisa de Andrea del cesto y la guardó en la bolsa que llevaba consigo. Cuando vino la compañera estuvo poco rato más hablando con ella y enseguida se fue. Entro en su propia habitación. Se metió en el servicio y sacó la camisa de la bolsa. Por fin podía contemplar esa camisa blanca que tanto morbo le daba pues solo conseguía ver el cuello por encima del cuello del jersey. Por fin la tenía para él. Y la consecuencia fue evidente. Sin poder evitarlo se acabo colocando esa camisa sobre el pene y masturbándose con ella. Según me contó fue una de las masturbaciones más placenteras que jamás se ha hecho en su vida y que le produció un placer indescriptible por el morbo de pajearse con la camisa que era el objeto de su fantasía reprimida. Me contó que se quedó tan baldado y destrozado físicamente tras hacerlo que tuvo que esperar más de 10 minutos a que se calmase la taquicardia que le había producido. Acto seguido volvió a meter la camisa en la bolsa y volvió a la habitación de Andrea. Para más inri no estaba solo la compañera de cuarto allí sino también la mismísima Andrea. De todos modos no tuvo complicación en volver a colocar la camisa en el cesto en un momento que ambas se distrajeron.

Toda esta historia que me contó Iñigo, muy lejos de escandalizarme, me produjo un gran morbo. Cierto que en muchos aspectos era algo denigrante, humillante y asqueroso para la pobre chica (aunque ella nunca se enteró de ello, pues la camisa se la devolverían perfectamente lavaba de la lavandería) pero sí que tenía ese toque fetichista morboso y sensual motivado por la contención sexual que tanto me gusta. Cierto que el vino que habíamos tomado durante la noche agudizó que ambos nos estuviésemos liberando y desinhibiendo tanto esa noche y que fuese la causa de que acto seguido yo me atreviese a contar a Iñigo lo que nunca antes había contado a nadie (y lo que nunca más volvería a contar a nadie). Porque contagiada por ese espíritu de realizar y desvelar confesiones muy inconfesables empecé a contar a Iñigo lo que nunca me hubiese imaginado. Pero estaba claro que si existía una persona con la que conectaba totalmente, incluso en mis obsesiones fantasiosas fetichistas, esa era Iñigo y por tanto la única persona a la que podría desvelar y exteriorizar lo que durante tantos años me guardé. Sus ojos y su mirada me lo estaban pidiendo a gritos. Dado que él había abierto, con total honestidad y sinceridad, sus secretos más íntimos era obvio que me pedía lo mismo a mí. Por lo que, sin darme cuenta, le empecé a contar todo lo que me ocurrió a los 14 y 15 años con Edu. Por supuesto en ningún momento le dije de que chico se trataba, solo le dije que era un chico que me gustaba mucho a esa edad.

Poco a poco se lo fui contando todo, lo de hacerme la dormida la primera vez en aquella fiesta en mi casa a los 14 años, lo de volverme a hacer la dormida al año siguiente y cómo jugo entonces con mi ropa que potenció el fetichismo morboso que arrastraría desde entonces en todas mis relaciones y en general todo lo que me había pasado por mi vida desde entonces (Dani, Rafa, etcétera). No escatimé en detalles, lo relaté todo detalladamente y poco a poco, lentamente, como saboreando cada momento. Era la primera vez en mi vida que hablaba y exorcizaba todos estos recuerdos que había acumulado a lo largo de los últimos 4 años y jamás me sentí mejor que aquella noche etílica revelando por fin, con todo lujo descriptivo, cómo había sido mi vida sentimental/sexual desde los 14 años y cómo influyó mis encuentros con Edu en todo lo que me ocurriría después. Iñigo en ningún momento me interrumpió. Solo me sonreía y escuchaba atentamente. No le sorprendió nada de lo que le dije. Nada. Ni se escandalizó ni se mosqueó por nombrar a otros chicos ni le pareció nada extraño toda esa obsesión por el morbo y el fetichismo que arrastré durante mi adolescencia. Es más, mostró un gran interés y manifestó en todo momento solo con su cara estar disfrutando de que compartiese algo tan íntimo, personal y privado con él. Aun hoy en día me sorprendo al recordarlo cómo pude contarlo todo y lo bien que me vino abrir por fin esas obsesiones de mi ser para liberarlas del todo.

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