No sé cuánto tarde en contarlo todo. Solo sé que debí emplear más de una hora porque no ahorré ni un solo detalle en mi descripción y lo expliqué todo paso a paso. Una vez terminé de contarlo, Iñigo se me acercó y me dio un cariñoso beso en la mejilla al mismo tiempo que me decía: “Es una historia fascinante y maravillosamente morbosa. Es la historia más morbosa, más sensual, más excitante y más embriagadora que he escuchado en mi vida. La has relatado tan convincentemente que me has dejado alucinado y muy agradablemente asombrado. Deberías escribirla tal y como me las contado, sin obviar nada, contarlo todo porque es algo que merece la pena que lo tengas escrito”. Después de eso, francamente no recuerdo mucho más, porque ya era muy tarde y estábamos muy borrachos por el vino por lo que ambos nos quedamos profundamente dormidos en el mismo sofá. Fue una noche en la que tuve muchas pesadillas y, al levantarme, me dolía todo el cuerpo por haber dormido en mala posición. Me levanté resacosa, con dolor de cabeza y mal cuerpo, solo quería irme a mi casa. Miré a Iñigo que seguía durmiendo en el sofá. En ese momento no pude contener una sonrisa pensando que nuestra primera cita oficial nos quedamos solos en casa y no solo no nos acostamos sino que ni tan siquiera nos quitamos la ropa. Fue una noche inolvidable repleta de confesiones, confidencias y revelaciones, que me hizo sentirme más cerca que nunca de Iñigo.
Al cabo de unos minutos Iñigo se despertó y le comenté que me iba para casa. Él me acercó en coche y nos despedimos en mi portal con un sentido y cariñoso beso en los labios de por lo menos 10 segundos. Subí a mi casa. Me metí en mi habitación y, desde el mismo momento que entré, no pude quitarme de la cabeza esa última frase que me dijo Iñigo antes de quedarnos dormidos la noche anterior. Me martilleaba la cabeza esa frase de “Deberías escribirla tal y como me la has contado, sin obviar nada, contarlo todo porque es algo que merece la pena que lo tengas escrito”. No dejaba de pensar en ello. Me pedía el cuerpo hacerlo. Necesitaba hacerlo. Fue el germen determinante de lo que luego sería este gran relato el cual llevo ya meses escribiendo aquí. La semilla desencadenante de todo lo que he contado aquí y la causa principal que me llevó a hacerlo. Aunque, por supuesto, en aquella mañana a los 18 años no me puse a escribirlo. Solo empecé a escribir fragmentos sueltos de algunos de esos recuerdos sensuales y a detallarlos paso a paso tal y como ocurrieron. Pero todo eso me vino genial para cuando dos años después, al poco de cumplir los 20 años, me animase por fin a escribirlo todo cronológicamente contándolo todo tal y como ocurrió (eso sí, cambiando todos los nombres de los que salen para que nadie pudiese sentirse identificado) y que acabase siendo hoy en día el mastodóntico relato de cientos de folios que llevo ya escrito. En cierta manera, este gran relato ha sido como una válvula de escape para exorcizar mis obsesiones más ocultas.
Lo cierto es que nunca imaginé que mi vida de los 14 a los 18 años abarcase tal cantidad de folios como los que llevo escritos hasta ahora, pero es que no he querido ahorrar en detalles y he querido irlo contando todo poco a poco tal y como ocurrió y todo lo lenta, sensual y morbosamente que fue para mí. Aunque eso sí, si mi vida de los 14 a los 18 años había sido sumamente excitante, no menos excitante iba a acabar siendo de los 18 a los 20 años. Pero seguiré contando, como ahora, todo poco a poco cronológicamente que es sin duda la mejor manera de hacerlo.
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