Iñigo debió percibir en mi rostro mi enojo y principio de enfado, porque enseguida trató de quitar hierro al asunto explicándolo con matices. Dijo algo así como: “Aunque claro, eso no es llegar a lo bruto y ponerse directamente a hacerlo en plan rápido. Primero hay que estimular todos los sentidos poco a poco, jugar con el cuerpo de la otra persona, relajar su mente, conquistar su cerebro con todo el morbo y la fantasía, y, a partir de ese momento, tras muchos preliminares, juegos y tono fantasioso rematar haciendo una felación con mucho tacto, cuidado y volcando muchas emociones en ella”. Este monólogo que me soltó atemperó un poco mi principio de enfado. De todos modos por la expresión de mi cara, Iñigo comprendió perfectamente que por el momento jamás permitiría que me hiciera eso y, sobre todo, que yo jamás se lo haría a él. Pero no pareció importarle mucho que no me viese dispuesta a llevar a cabo esas acciones sexuales. Quizás con Pilar sí que las había tenido y en cantidad, pero desde luego conmigo lo llevaba claro. Además, estábamos al principio de nuestra relación, todo era todavía demasiado pronto para plantearse estas cosas tan fuertes.
Pero si esa pregunta de Iñigo me enfadó un poco, mucho más habría de enfadarme y cabrearme su siguiente pregunta. No por la cuestión en sí, sino porque no se creyó mi respuesta y aunque se lo juré que era cierto no acabó de creérselo del todo, y esto sí que me cabreó porque yo nunca miento, no tendría ninguna necesidad de mentir y menos en una tontería como esta. La pregunta era muy simple: “por lo que me contastes anoche tú nunca te has masturbado por ti sola, nunca te has hecho nada a ti misma estando sola, nunca te ha apetecido masturbarte ¿verdad?”. Le dije claramente la verdad: “No. Nunca tuve la necesidad. Nunca lo necesité”. La cara de Iñigo era pura incredulidad e insistió con un irritante: “¿de verdad? ¿en serio?”. Le volví a contestar lo mismo. Era la pura verdad. Yo nunca lo había hecho, y no había nada malo en no haberlo hecho, pues todo el mundo lo hace, tanto las chicas como los chicos, pero yo nunca tuve la necesidad real de tener que masturbarme por mi misma.
Supongo que mi deseo sexual siempre ha estado muy ligado al morbo fetichista fantasioso y a las historias que me monté desde los 14 años con Edu, Rafa y los demás, es decir, que mi satisfacción sexual solo se consumía si había ese toque de morbo de jugar con la ropa o los demás jueguecitos que desde los 14 a los 18 años había jugado y planificado. Por tanto, sin poder excitar a mi cerebro (por ejemplo viendo como excitada a un chico con una fantasía) no tenía ninguna necesidad de excitar y de proporcionar placer a mi cuerpo, pues para mí siempre lo primero fue la necesidad de motivar, excitar y alterar el morbo fetichista de mi cerebro para luego ya sí sentir el placer de las caricias del chico en cuestión. Quizás es difícil de explicar, pero yo lo veo tan claro, que no entiendo porqué le costó tanto a Iñigo asumir la verdad. Finalmente Iñigo asumió que le decía la verdad y eso le complació más todavía, porque me dijo: “Genial. Me encantará ser el responsable de conseguir excitarte, motivarme y hacerte descubrir un inagotable mundo de sensaciones que ni te imaginas”. Sus palabras me sonaron a presuntuosas y engreídas, aunque el futuro me iba a demostrar cuantísima razón tenía en lo que había pontificado. Y me lo iba a empezar a demostrar el día siguiente.
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