El diario de Noa: Capítulo 199º

Me acuerdo que estaba sentada a mi mesa estudiando, pues tenía al cabo de unos días un examen importante (ahora no soy capaz de recordar de qué era el examen) cuando me llamó por teléfono. Me insistió en quedar en mi casa justo en ese momento. Yo me negué. Tenía que estudiar y no podía perder el tiempo, aunque me apetecía verle tanto como él a mí. Además, mi madre estaba en casa, y no me hacía ninguna gracia que Iñigo se pasase por aquí estando mi madre también. Además, oficialmente no éramos novios ni nada, era solo un amigo, y no era lógico que viniese. Todo eso intenté hacérselo comprender pero insistió continuamente hasta que al final le dije que sí, pero solo unos minutos, que tenía que estudiar. Muy cerca debía de mi casa pues no tardó ni 3 minutos en llamar al portero automático. Hay que reconocer que la seguridad, presencia, elegancia y encanto que siempre ha desprendido Iñigo (y no solo por su belleza física) le hace ganarse a todo el mundo, y mi madre no fue una excepción, pues nada más entrar se la cameló en tono agradable, simpático y encantador en tan solo un par de minutos. Hay personas que están dotadas de cierto carisma que las hace muy agradables para todo el mundo. E Iñigo es sin duda una de ellas. Esa misma noche, ya cuando Iñigo se fue, mi madre me contó en tono confidencial lo que le había encantado y lo mucho que le gustaba la pinta que tenía. Ay, cuánta ingenuidad. Si ella hubiese llegado a imaginar lo que ese chico encantador estuvo haciendo todo el rato que estuvimos a solas en mi habitación.

Pero vayamos por partes y lo contaré todo poco a poco. Porque lo primero que Iñigo hizo nada más quedarnos a solas en mi habitación fue pedirme que al día siguiente fuésemos a su casa y que yo fuese vestida de nuevo como Scarlett Johansson en “Lost in traslation”, es decir, con el conjunto específico que él me regalo y que tanto le obsesionaba en plan fetichista (el jersey gris sin mangas, con la camisa azul a rayas y el pantalón negro), pero eso iba a ser el día siguiente, para esa tarde me tenía preparada otra sorpresa. Porque en un tono susurrante, seductor y embriagador me cogió de la mano y me dijo: “Por favor, abre tu armario, ábrelo”. Yo, un poco desconcertada lo hice, y él suspiró al ver mi ropa allí. Me dijo: “Ni te imaginas la de veces que en los últimos años te he deseado cada vez que te ponías alguna de estas prendas y sobre todo por lo bien que las combinas siempre”. Sé que me mentía al decir eso, pues dudo mucho que se hubiese fijado antes en mí porque para empezar apenas hacía dos años que nos conocíamos de vista y para finalizar en todo este tiempo se le vió muy feliz junto a Pilar. De todos modos a mí me gustó que me dijera eso. Lo que sí que me descolocó del todo fue el siguiente ruego que me pidió: “Por favor, cuéntame poco a poco, cómo combinas cada una de tu ropa, dime como combinas cada prenda, dime cuales son tus conjuntos favoritos y, sobre todo, dímelo poco a poco para que me de tiempo a imaginármelo todo”.

El ruego de Iñigo me descolocó por completo. Entiendo que su fetichismo era muy grande y que el mundo de la moda y la ropa le fascinaba, pero esa fantasía fetichista por saber cómo combinaba las distintas prendas me parecía un poco absurda. Además, todavía a esas alturas todavía no habíamos intimado nunca ni nos habíamos visto nunca desnudos, es decir, nuestra relación era muy light, aunque muy pronto dejaría de serlo. Sin saber por donde empezar, comencé diciendo: “Pues esta camisa blanca me la suelo poner bajo este jersey azul oscuro y con estos pantalones vaqueros”. Eso fue el detonante que hizo saltar la chispa morbosa de la pasión en Iñigo. Pues, acto seguido, se colocó detrás de mí, me acarició los pechos por encima del jersey que llevaba ese día y me pidió que siguiera narrando todo. Por lo que tímidamente seguí describiendo qué camisas me solía poner con que jerseys, que pantalones combinaba con ciertas camisas o jerseys, qué faldas combinaba con las prendas, con que solía combinar las camisetas cuando las llevaba en vez de las camisas, etcétera. Es decir, que durante más de 20 minutos, en un modo lento, pausado y relajado describí toda la ropa que había en mis perchas y en mis cajones lo cual excitó muchísimo a Iñigo, pues según lo fui haciendo lo dejó de masajear mis pechos por encima del jersey hasta que consiguió que se me pusiesen duros los pezones. Sentí un poco de pudor y vergüenza al notarme los pezones duros. Eso me ruborizó. Pero el plan de Iñigo había funcionado a la perfección: el morbo de describir fetichistamente la ropa al tiempo que me acariciaba me excito de sobremanera.

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