Supongo que fueron muchos los factores que influyeron que me excitase tanto esa inusual situación: el morbo de estar en mi propia casa, las hábiles y tenues caricias por encima del jersey, la lentitud y el detalle descriptivo cada vez que hablaba de un pantalón, un jersey, una falda, una camisa o lo que fuese (lo que potenció el tono fetichista morbosa que desde los 14 años siempre me ha encantado). Yo solo sé que en esos momentos me sentí ardorosamente excitada y acalorada. Iñigo lo notó perfectamente porque eso le dio el valor para hacer lo que hizo a continuación. Estaba claro que, en cuestiones de fetichismo morboso, con Iñigo me compenetraba mejor que nadie y que él me conocía muy bien y sabía lo que debía escuchar en cada momento para embriagarme, embelesarme y extasiarme solo con el tema de la ropa. Sus acciones fueron lentas pero muy precisas, pues de repente se arrodilló ante mí y me besó en la entrepierna por encima del pantalón. Acto seguido, con total naturalidad y espontáneidad, como si me lo hiciese todos los días me desabrochó el cinturón y el pantalón, bajó la cremallera, y me lo bajó lentamente hasta las rodillas. Yo estaba parada, extasiada y con el corazón helado por lo que estaba haciendo. No acerté a decir ninguna palabra. Sé que quise decir: “Iñigo, venga, no te pases, que está mi madre en casa, no hagas eso”. Pero no dije nada, me callé y solo estaba expectante a ver qué hacía. Me tenía completamente absorta por sus actos.
Volvió a darme un beso en la entrepierna. Esta vez por encima de las braguitas. Y me dijo: “Tranquila. Sé muy bien lo que hago. Tú simplemente déjate llevar por tus emociones y sensaciones. Te haré disfrutar como nunca antes nadie te lo haya hecho. Te haré descubrir un mundo totalmente desconocido para ti donde el placer no tiene fin”. Calló durante unos segundos. Y finalmente remató su discurso diciendo: “Pero solo te pido una cosa a cambio, y es que mientras te lo voy haciendo te quites ese jersey que llevas y vayas cogiendo ropa de tu armario y te la vayas poniendo, me da igual que sean camisas, camisetas o jerseys, lo que sea, pero tú ves poniéndotelo poco a poco, ves poniéndote tu ropa lentamente, y verás como el cocktail será explosivamente erótico. Te aseguro que vas a disfrutar como nunca antes en tu vida”. Qué razón tenía, porque pocos momentos más inolvidables y memorables habrá más en mi vida que los ocurridos aquella tarde invernal ante el armario de mi habitación.
Por lo que un poco temerosa y muy nerviosa me quité el jersey a rayas que llevaba de forma lenta y algo torpe por lo inquieta que estaba. Al quitármelo me di cuenta que curiosamente era la primera vez que Iñigo me veía en sujetador. Era increíble, no nos habíamos visto ni tan siquiera en ropa interior y nunca había pasado nada antes entre nosotros, y sin embargo ahora estaba de rodillas dando besitos a mis braguitas y acariciando mis mulos con mucha suavidad. Iñigo me dijo: “Sin ninguna duda el órgano más erótico, sensoriales y excitable de una chica es el cerebro. En su cerebro está todo el placer acumulado y es el único sitio donde hay que hacer desatar la pasión y el deseo sexual. Solo ahí. Y para ello hay que conseguir estimularte todos tus sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Y lo conseguiré con fantasías fetichistas mientras te cambias de ropa al mismo tiempo que yo te acaricio y te beso como solo tú te mereces. Dentro de tu cerebro hay un potencial erótico brutal y yo te lo voy a desatar. Te lo aseguro”. Sus palabras me pusieron aún más nerviosa, tanto que no era ni capaz de ponerme la camisa que había cogido de la percha.
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