El diario de Noa: Capítulo 201º

Iñigo siguió con su plan lenta y pausadamente. Me dijo: “Cuéntame de nuevo ahora lo que me contastes el otro día, lo de hacerte la dormida con 15 años, cuéntamelo mientras te sigues cambiando de ropa, eso sí, cuéntamelo en voz baja, en plan confidencial, como saboreándolo”.  Eso me costó mucho llevarlo a cabo. Pues no era lo mismo contarlo estando muy ebria por todo el vino que bebimos aquella noche que soltarlo ahora por la tarde así en frío. Por lo que al principio me costó muchísimo arrancar a volver a contar lo que me pasó con Edu años atrás. He de reconocer que el cocktail de todos los factores me estaba excitando: ver cómo le gustaba el morbo de cómo me cambiaba de ropa, sus caricias y besos por mis piernas y jugando con sus labios por encima de mis braguitas, el poder relatar de nuevo mis historias inconfesables con Edu y, sobre todo, el morbo añadido de estar en mi propia habitación y la posibilidad de que mi madre llegase a entrar. Solo sé que me sedujo y excitó tanto esta situación que empecé a narrarlo todo como lo había hecho aquella noche y yo misma me sorprendí cómo me excitó tanto el volver a narrarlo. El cocktail de emociones y sensaciones estaba muy bien compenetrado, y empezaba a agitarme mucho, pues de repente me pareció todo increíblemente erótico y solo deseaba que todo fuera a más. Y vaya que sí iba a ir a más. Lo mejor estaba todavía por llegar.

Y es que a partir de ese momento Iñigo se empleó más a fondo que nunca, pues sus besos y chupetones no se limitaron solo a mis piernas y mi entrepierna, sino que de repente se ponía de pie y me mordisqueaba suavemente el lóbulo de la oreja, me besaba los labios, me metía sutilmente la lengua, me mordía la nuca, me acariciaba todo el resto de mi cuerpo, me chupaba los laterales del cuello y sentía la intensa calidez de sus besos por todo mi cuerpo, ya fuese por encima o por debajo de la ropa, pues a partir de un determinado momento ya no me cambiaba yo de ropa, sino que él mismo me la quitaba, cogía una nueva prenda del armario y me la ponía cuidadosa y lentamente con mucho morbo fetichista para de nuevo volvérmela a quitar, y así repetir el mismo ciclo un montón de veces. Fueron unos momentos electrizantes. Sumamente electrizantes que hizo que se paralizara el cuerpo más de una vez. Estaba en una nube. Rezumaba erotismo cada uno de sus movimientos y me encantaba cómo jugaba con mi cuerpo, cómo jugaba con mi ropa y cómo sus húmedos besos se fueron haciendo cada vez más intensos, apasionados y perturbadores.  Estaba excitando mi cerebro. Vaya que sí lo estaba excitando y encendiendo. Quería que mi cerebro explotase de lujuria, deseo y sexualidad y vaya que sí lo estaba consiguiendo. Fue uno de los momentos más excitantes y placenteros de toda mi vida. Iñigo me manejaba a su antojo, como si fuese una marioneta, y eso me encantaba.

Por una parte era un poco el rollo de amo y sumisa, pues yo no hacía nada más que cumplir y respetar sumisamente todo lo que me hacía, ya fuese vestirme, desnudarme, besarme, chuparme o comerme directamente la entrepierna por encima de las braguitas. Pero he de reconocer que este rollo de sumisa me gustaba, me daba placer, me ponía y estaba descubriendo nuevas facetas en mí totalmente desconocidas. Él sabía usar sus manos y, sobre todo, sus dedos de forma tan talentosa y maestra que consiguió que mis pezones se marcasen constantemente de tal manera que hasta se notaban todo el rato, aunque en ese momento llevase puesto un jersey gordo o una camisa de Invierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario