El diario de Noa: Capítulo 202º

Pensaba que no podía proporcionarme aún más placer del que estaba sintiendo en ese momento, qué equivocada estaba, pues Iñigo siguió estimulándome cada vez más, cada vez más intensamente, creciendo el deseo sin cesar. Sus movimientos de repente empezaron a ser más bruscos, pues me desabrochó la camisa que me acababa de poner y me la deslizó por los hombros, la deslizó por mi espalda y, sin llegar a quitármela del todo, empezó a comerme los pechos por encima del sujetador. Esto duró bien poco. Pues casi sin darme cuenta de lo rápido que hizo me quitó del todo la camisa y me desabrochó el sujetador. Como un escultor que tiene miedo de romper su obra si la toca bruscamente me acarició los pechos por encima del sujetador, al mismo tiempo que mientras me los acariciaba iba tirando hacía abajo, de forma suave y lenta, de los tirantes del sostén con sus dedos hasta que me lo quitó del todo. Por primera vez estaba completamente desnuda de cintura para arriba para él. Y, a pesar de que ya tenía 18 años y que ya había estado con otros chicos antes desnuda, sentí un gran pudor por lo excitadísima que estaba y cómo se manifestaba esa excitación en lo duros que tenía los pezones.

De esos momentos solo recuerdo como Iñigo me empezó a comer los pezones como quién saborea una fresa o una fruta deliciosa, como si fuesen un yogur que iba sorbiendo poco a poco sacándole todo su jugo, eso me encantó. No fue nada rápido ni violento, al contrario, fue dulce, cariñoso, lento y lo hizo con mucho tacto y delicadeza. Nunca en el pasado Edu, ni Rafa ni por supuesto David consiguieron hacerme sentir tan excitada como estaba en esos momentos tan eróticos y sensuales. ¿Podría disfrutar más aún? Vaya que sí podría. Porque de forma sutil e imperceptible me fue empujando muy poco a poco hacía la cama de mi habitación y cuando quise darme cuenta estaba tumbada encima de la cama. Pero lo que sí que me quedó perpleja es que yo ya no llevaba puestos los pantalones, ¿cuándo me los había quitado? No me había enterado en absoluto, no recuerdo nada de que me los hubiese quitado, fue como magia. Sabía que los tenía por las rodilla pero no sé cuando me los quitó del todo. Estaba tan noqueada y obnubilada por todas las sensaciones que me estaba produciendo que no pude ni darme cuenta de algo tan obvio como que me había quitado los pantalones. En ese momento de supina excitación, tumbada en la cama totalmente entregada, sabía que lo siguiente era quitarme las braguitas. Pero me equivoqué una vez más. Pues iba a jugar de tal manera con mis braguitas que el calentón sexual iba a alcanzar cotas inimaginables. Y mientras tanto con el riesgo de que mi madre pudiera entrar en mi habitación en cualquier momento, aunque si soy sincera esto también le aportaba mucho morbo a la situación.

Sinceramente no sé cómo Iñigo había adquirido tanto conocimientos sexuales y eróticos en su vida (solo era dos años mayor que yo) pero bien que los estaba empleando en todo su esplendor. Y lo que descubrí en ese momento es como una lengua puede ser el órgano más sensual, erótico, sexual, apasionante y excitante. Porque colocó su cabeza entre mis muslos, puso sus manos en mis pezones, los cuales empezó a acariciar con suavidad consiguiendo que se endureciesen más todavía y, sobre todo, empezó a pasar su lengua por mis muslos y por mi braguita. Pegaba pequeños chupetones o incluso pequeños mordisquitos, separando con su boca y su lengua las braguitas de mi sexo. Aunque, si soy sincera, lo que más me gustaba es como metía la lengua por los laterales de las braguitas y me chupaba, lamía y comía directamente mi sexo. Es indescriptible cómo me sentía. Fue un momento que no hay palabras para poder narrarlo. El morbo de que jugase con mis zonas genitales tan sensual y morbosamente hizo que me abriese y me abriese mucho más. Nunca hasta ese momento había estado más mojada y excitada, y solo quería que siguiese, que siguiese sin fin. Era como si todo lo que me lamiera tuviese millones de terminaciones nerviosas que estallaban en mi cerebro una y otra vez. En cierta manera era el goce y placer supremo que una persona puede experimentar e Iñigo lo estaba consiguiendo conmigo.

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