Con franqueza no sabría decir ni recordar que pasó durante los siguientes minutos, pues solo recuerdo que su boca y su lengua hacía verdaderas maravillas directamente ya en mi sexo (supongo que acabaría bajándome del todo las braguitas) y sé que nunca como en ese momento mi clítoris estuvo más vibrante, excitable y apasionado, llegando a rozar solo chupando con su lengua mi punto G no una, sino varias veces, hasta el punto de que solté un tremendo grito ahogado por el intenso e inmenso orgasmo que acababa de tener. Fue un orgasmo brutal. Antes ya había tenido con Edu y Rafa alguna vez alguno, pero eran light y descafeinados comparados con este que consiguió Iñigo sin ni siquiera penetrarme, solo con su boca y su lengua. Me quedó extasiada, hipnotizada y sedienta de más. Estaba como ida, mareada y muy aturdida, cuando de repente vi la cara de Iñigo delante de mí que me decía con una media sonrisa: “bien, muy bien, y ahora antes de seguir, vas a hacer eso que nunca antes has hecho en tu vida, y sé que lo harás muy bien”. No sé a lo que se refería, pero enseguida lo supe cuando vi como acercaba su pene erecto a mis labios, a mi boca, y como lo introducía poco a poco. No puse ningún reparo. Como ya he dicho antes, eso siempre me dio asco y repugnancia, solo de pensar en una felación me asqueaba, y sin embargo ahora me lo pedía mi propio cuerpo. Quería comérsela. Necesitaba comérsela. Y hacerlo bien. Hacerle una buena mamada y hacerle disfrutar con ello tantísimo como minutos antes me había hecho disfrutar a mí.
Esa felación fue una reacción totalmente instintiva y visceral. Ni siquiera pensé en lo que hacía. Fue mi propio cuerpo y mi propia boca la que se movía por sí sola. Era la primera felación que le hacía a un chico en mi vida (de hecho, hasta ese momento jamás se me pasó por la cabeza hacer eso ni al chico más maravilloso y guapo del mundo) y sin embargo ahora estaba disfrutando proporcionando tantísimo placer, goce, satisfacción y deleitación a Iñigo. Ni recuerdo lo que hice. Solo quería comerla bien, chupársela bien y que él sintiera aunque fuese una milésima parte de lo que había sentido yo unos momentos antes. Sinceramente no sé cuánto estuve así, no sé si fue mucho o poco, solo sé que de repente él se sacó el pene de mi boca, y comentó algo así como “ahora sí que estás ya preparada del todo” y acto seguido me introdujo su pene erecto en mi vagina, me penetró, aunque estaba yo tan excitadísima, húmeda y abierta que ni me enteré de la penetración aunque se hubiese tratado del pene más grande y gordo del mundo. En esos momentos la expresión: “follar como leones” cobró todo el sentido para mí pues fue una embestida tras otra a un ritmo frenético y ansioso, como si quisiéramos ambos culminar lo antes posible todo el deseo acumulado en las últimas horas y el anhelo del uno por el otro. Por fin estábamos follando Iñigo y yo. Era nuestra primera vez juntos y no podía pedir que hubiese sido más perfecto, pues fue tal la excitación saciada que, cuando me quise dar cuenta, estaba yo muy húmeda eyaculando y de nuevo tuve otro orgasmo que tuve que ahogar para que mi madre no nos oyera.
No creo que fuese mucho el tiempo que nos tiramos haciéndolo, solo sé que vibramos y sudamos muchísimo, con verdadera furia y pasión. De repente, paró en seco, se salió de mi entrepierna y dijo: “vamos a rematarlo bien del todo”, y volvió a meterme su pene dentro de mi boca. Me cogió de la mandíbula y empezó a masturbarse el pene mientras yo se lo comía sumisamente. En ningún momento me pareció eso denigrante y humillante como mujer, pues yo estaba disfrutando tanto como él, me gustaba hacérselo y, aunque me había jurado que jamás en mi vida le haría eso a un chico, ahí me encontraba haciéndose de nuevo a Iñigo por segunda vez en menos de media hora. Y es que cuando todo es tan sensual, morboso y excitante el cuerpo te pide y te suplica hacer todas estas cosas, y te parecen maravillosas y sexualmente geniales, tanto para él como para mí. Aunque lo que no me gustó nada, absolutamente nada, es que no pudo evitar correrse dentro de mi boca, pues cuando intentó salirse ya era demasiado tarde y casi todo cayó dentro de mi garganta o por mis labios. Eso me cabreó un poco. Pero estaba tan extasiada, extenuada y derrotada por todo esto que durante 10 minutos me quedé adormilada y atolondrada. Solo al cabo de esos 10 minutos tomé conciencia de todo lo que había pasado y de un sobresalto muy nerviosa me incorpore de la cama diciendo: “joder, que mi madre está en casa, joder, rápido, vístete”. Iñigo no se vistió rápido, solo se limitó a sonreírme y a contemplarme mientras me vestía histéricamente. Solo cuando acabé se levantó, me besó en la frente cariñosamente y se empezó a vestir. Sin ningún género de dudas para él también había sido el polvo perfecto con todo el morbo, fetichismo, deseo y sensualidad necesaria.
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