El diario de Noa: Capítulo 211º

Ese sábado por la mañana, Iñigo, en un arranque de aparente espontaneidad me regaló sin motivo aparente un conjunto muy bonito que constaba de una chaqueta negra, una camiseta azul oscuro y una minifalda negra, todo muy conjuntado y a la vez muy elegante por lo que me gustó mucho. Como no podía ser menos lo estrené esa misma noche y me encontraba francamente guapa, con clase y elegante con él. Durante toda la noche todo fue aparentemente normal, pero de repente, en uno de los bares que solemos frecuentar Iñigo se me acercó al oído y me susurró: “¿qué llevas puesto? ¿braguitas o tanga?”. Me descolocó por completo esa pregunta. No me lo esperaba. Incluso hasta me molestó un poco. Por lo que tarde varios segundos en contestarle de lo perpleja que me dejó. Al final titubee: “pues… tanga, ¿por qué?”. A él no pareció importarle mi cara de asombro y perplejidad, ni que me hubiese puesto nerviosa al responderle. Solo sonrió y me dijo, o más bien me ordenó: “bien, vete al cuarto de baño, quítate el tanga y luego me lo traes, que quiero tenerlo toda la noche en el bolsillo”. Me sentí totalmente flipada y descolocada. Para más inri, me dio un beso en los labios y se fue a hablar con el grupo de amigos. Yo me quedé sin saber qué hacer. Muy nerviosa y un poco consternada. Una cosa era las fantasías que hacíamos en privado, y otra muy distinta empezar con estas cosas en público. Eso me ponía muy nerviosa, me hacía sentir insegura y por un momento me sentí como una niña pequeña muy avergonzada. Además, él pasó de mí pues en esos momentos de inseguridad ni siquiera me miró, se limitó solo a charlar divertidamente con sus amigos.

Por lo que algo titubeante, desconcertada e incluso asustada me metí en el servicio de chicas y entré en una de las dependencias. Me miré al espejo y me dije a mí misma: “vamos, si es una chorrada, no le des tantas vueltas, si es una tontería. No pasa nada. Es solo un poco de morbo para la fantasía, solo eso”. Pero por mucho que me lo decía a mí misma no pude sentirme muy inquieta e insegura. Como si acabara de robar en una tienda y me estuviesen grabando las cámaras de seguridad. No sé porqué me sentía así de intranquila y con esos miedos, pero es que en esos momentos sí que no me sentía que tuviera 18 años, sino muchos menos, y el hacer algo tan sencillo me estaba resultando sumamente complejo y duro. Finalmente, hice acopio de valor, y decidí no pensar más en ello, por lo que me quité los pantys que llevaba bajo la minifalda y me quité el tanga que llevaba. A una velocidad asombrosa me volví a poner los pantys y salí frenéticamente del cuarto de baño con el tanga escondido en mi puño cerrado. Por fin estaba hecho, solo quería dárselo de una vez a Iñigo y acabar cuanto antes con esto. Era como si me quemara la mano el tenerlo ahí escondido, lo estaba pasando francamente mal y quería que lo tuviese Iñigo de una vez. Por lo que accedí a él, le miré a los ojos, no dije nada, y al cogerle la mano se lo pasé, como si estuviese pasando droga o algo así, estaba muerta de miedo. Él, en cambio, estaba muy tranquilo, y de forma natural se lo metió en el bolsillo de su pantalón y me sonrió. Acto seguido volvió a la charla con sus amigos. Estaba seguro que nadie nos vio pero aún así me sentí muy agobiada. Por lo que me obligué a volver al grupo de mis amigas y a charlar sobre cualquier tema que me quitase esos nervios de encima.

Si pensaba que el juego morboso de estar sin tanga esa noche ya se había acabado estaba muy equivocada, pues Iñigo me tenía preparada una sorpresa impresionante que casi hace que de una taquicardia. Porque en un momento dado me cogió de la mano y me dijo: “venga, que vamos a saludar un rato a Santi”. Santi era el amigo de Iñigo que ponía los CDs de música en el bar. Eran muy amigos desde siempre y más de una vez Iñigo se metía en el cuartito con él a poner él mismo música. Entramos en el cuartito, lo cual era un agobio, primero porque Santi fumaba y no había ni una sola ventana en ese cuartito, y segundo porque era pequeñísimo, apenas podíamos caber los tres allí, era poco más de un metro cuadrado, es decir, una estrechez brutal. Pero vamos, a estos dos ni el humo ni el poco espacio les agobiaba porque enseguida se pusieron a charlar de sus cosas. Yo me sentí un poco fuera de lugar e incómoda, no entendía porque motivo tenía que estar yo allí aburriéndome y agobiándome en ese cuchitril que parecía un zulo de lo pequeñísimo que era. Muy pronto descubrí cuáles eran las intenciones de Iñigo, pues le comentó a Santi: “¿Me dejas que ponga un par de canciones?”. No había nada de raro en ello, lo había hecho muchas veces antes, por lo que Santi accedió y dijo: “Vale, así aprovecho para desintoxicarme un poco y tomarme algo”. Y Salió del minúsculo cuartito en el que apenas cabíamos los tres.

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