Me acuerdo perfectamente que era un sábado a finales de Marzo. Acabamos de hacer el amor en plan apasionado y estábamos desnudos en la cama del chalet de Iñigo. Yo estaba acariciando lenta y pausadamente el pene flácido de Iñigo. Lo tenía totalmente flácido y deshinchado porque apenas habían pasado unos minutos desde que se había corrido en el preservativo. No sé de qué estábamos hablando exactamente cuando salió en la conversación algo acerca del botellón que habíamos hecho toda la pandilla esa noche. Y yo nombré un comentario que había hecho Jennifer sobre cierto tema. Iñigo tenía los ojos cerrados mientras yo estaba hablando de eso que me había comentado Jennifer, cuando de repente Iñigo, sin ni tan siquiera abrir los ojos, comentó en voz baja: “lo cierto es que Jennifer estaba muy guapa hoy con esa camisa que llevaba. Le quedaba muy bien”. Nada más decir eso pude notar entre mi mano como el pene de Iñigo tuvo una pequeña erección, una erección casi imperceptible que duró unos segundos, pero de la cual me di cuenta perfectamente. Debería haberme ofendido o cabreado que se excitase al nombrar a otra chica, pero al contrario de lo que cabría esperar mi reacción fue diferente. No sé, no me molestó, lo encontré muy morboso y excitante que eso echase más leña al fuego y que fuese tan potentemente morboso que entonase el pene de Iñigo de nuevo cuando solo habían pasado unos minutos que se había corrido.
Por lo que sutilmente eché más leña al fuego y le dije: “Sí, a Jennifer todas las camisas le quedan muy bien, y a Sara también, combinan muy bien las camisas con los jerseys, tienen mucho estilo”. El efecto no se hizo esperar, sabía perfectamente que a Iñigo con lo fetichista que es de las camisas, eso le motivaría y entonaría muchísimo, y se le formó una erección brutal. Dentro de mi mano su pene creció y creció hasta su tamaño máximo. Erecto como un palo y super excitado. Eso me gustó. No es que me gustase que le pusiera la ropa o el cuerpo de mis amigas, eso en cierto modo me cabreaba y hacía daño, pero sí que me gustaba que lo compartiera conmigo esas fantasías y que entre ambos le entonase tanto que su erección le permitiría echar otro polvo conmigo, siempre conmigo. Si yo conseguía mantener su confianza total con él en estos temas y si, aparte de su novia, era su mejor amiga donde confiar todos sus secretos y fantasías, entonces lo nuestro funcionaría siempre y nunca habría infidelidades. Sabía muy bien como controlarle y hacer que junto a mí saciará todos sus anhelos. El que se fijase en otras chicas era lógico y natural, al fin y al cabo yo no soy la chica más sexy y guapa del mundo, pero si yo misma le proporcionaba el placer de hablar de esos temas y luego saciarse conmigo entonces sabría que nunca me sería infiel, nunca. Y no me equivoque, fue una idea magnífica la cual aportó mucho más morbo y excitación a nuestra relación.
Esa misma noche tuve otra idea genial, pues aprovechando lo erecto que se le puso el pene me puse encima suya y empezamos a hacerlo pasionalmente. En medio del desenfreno sexual le comenté al oído: “¿te gustaría que le pidiese esa camisa a Jennifer y me la pusiera yo? Nosotras nos intercambiamos ropa a veces”. No hubo respuesta. O al menos no hubo respuesta de sus labios, pero sí de su cuerpo, porque me cogió de las caderas y empezó a embestirme con mucha más fuerza y ahínco. Casi con rabia, con un gran deseo sexual, como agradeciéndome que le ofertara eso y que le encantaba la idea. Fue un torrencial brutal de deseo sexual el que volcó en mí. Había abierto la puerta de un nuevo mundo de fantasías, basado en la ropa de mis amigas, que nos proporcionaría a Iñigo a mí momentos absolutamente memorables de placer, morbo y gozo.
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