El diario de Noa: Capítulo 214º

Por lo que no se hizo mucho de rogar el llevar a cabo esa fantasía. Jennifer y yo teníamos prácticamente la misma talla y más de una vez nos intercambiábamos ropa. Por lo que no le extrañó nada que le pidiera prestada esa camisa que tanto gustaba a Iñigo. Era una camisa azul muy normalita, más de chico que de chica, pero si a Iñigo le gustaba y le daba morbo pues bienvenida sea. La cuestión es que el efecto en Iñigo fue inmediato, pues me vino a buscar a mi portal, y como le estaba esperando fuera tenía un abrigo puesto (era Marzo pero seguía haciendo bastante fresco). Él me cogió de la mano y me introdujo dentro del portal, y me desabrochó el abrigó con mucha ilusión, podía ver en su cara lo ilusionado y entusiasmado que estaba por esta nueva fantasía fetichista que se había montado a costa de la ropa de mis amigas. Nada más verme con la camisa su rostro se iluminó y pude notar el deseo en mí. Me cogió de la mano y me llevó hacía al ascensor, le dio a mi piso y justo cuando empezó a subir dio al botón de parada del ascensor quedándose atrancado entre dos pisos. Eso me cabreó. Me gustan las fantasías y todas esas cosas, pero no en mi propio piso donde pueden enterarse mis padres o los vecinos, eso me agobia bastante y enseguida se lo reproche a Iñigo.

Mis reproches no sirvieron de nada pues solo se limitó a quitarme el abrigo y tirarlo al suelo del ascensor (y vaya que sí que me molestó un abrigo tan caro por el suelo del ascensor) y acto seguido puso sus manos abiertas sobre mis pechos y empezó a acariciarme por encima de la camisa. Esa clase de morbo le encantaba y fascinaba. En cambió a mí cada vez me gustaba menos que nos arriesgáramos tanto en el ascensor de mi edificio, eso me ponía extrañamente nerviosa y, por tanto, no disfrutaba las caricias que me estaba haciendo. Y todo acabó de muy mala manera, quizás la culpa fue mía por dejarme llevar por la inseguridad del momento a ser pillados y eso me hizo ser muy brusca y desconsiderada porque con gran vehemencia le empujé lejos de mí diciéndole: “que no, que ya lleva mucho parado el ascensor, joder, por favor, vámonos ya”. Sé que estuve muy violenta y desdeñosa, sé que se lo podía haber dicho de forma más normal y no tan agresiva y rudamente. Pero desde luego mi comportamiento no fue motivo suficiente para que él se comportase de la manera que actuó a continuación.

Y es que si algo he aprendido de los chicos en mi poca experiencia hasta entonces (hay que pensar que ni siquiera había pasado todavía un año desde que perdí la virginidad a los 17) es que no se puede razonar con ellos cuando están ya muy excitados, entonados y empalmados, pues la cara de agresividad con que me miró Iñigo era indescriptible. Nunca me cansaré de decir que Iñigo es, y siempre será, todo un caballero y el chico más encantador, correcto y educado que pueda existir, pero en aquel momento, su juicio se nubló y solo obró por su instinto animal sexual. Parecía como si le hubiese puesto que yo fuese agresiva y dura con él, como si a los tíos les pusiese que les diesen caña y que les negasen las cosas, porque en ese momento se envalentono y con brusca violencia me giró, me bajó los pantalones, se bajó los suyos y empezó a penetrarme por detrás en plan perrito con lujuria mientras tocaba mis pechos por encima de la camisa. Puedo decir que eso no duraría más de 20 segundos, no más, fue solo un momento, un subidón adrenalítico que le nubló y cegó por completo, hasta el punto que dejó de penetrarme e intentó hacer que me agachara para que le hiciera una felación. Eso me encabritó bestialmente y le espeté un sonoro: “Joder, no”. Él se asusto. Primero por el tono algo en que le grité y segundo porque no suelo decir nunca palabrotas. Di al botón del ascensor, salí de él y le dirigí una mirada dolida mientras le decía: “No quiero volver a verte nunca. Nunca. Lárgate. Adiós”.

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