No podría describir por lo que pasé los siguientes minutos. Porque me encerré en mi cuarto, me quité la dichosa camisa de Jennifer y la tiré lejos. Quería llorar. Pero no pude. No sé porqué pero no podía llorar. Solo tenía rabia, cabreo, frustración y ganas de machacar a todo lo que había alrededor. Y Lo que más me fastidiaba de todo esto es que, por mucho que intentaba quitármelo de la cabeza, yo justificaba en cierta manera a Iñigo porque yo había entrado en ese juego fetichista. Me obligué a no pensar más en ello. Esa tarde no quería darle más vueltas. Sabía que ese incidente era un punto de inflexión en mi relación con Iñigo. No sabía si rompería con él para siempre. En esos momentos lo deseaba, pero era más mi orgullo herido el que hablaba más que mi corazón. Por lo que sabiamente tomé una decisión acertada: distraerme con todo lo que pudiera. Por lo que me puse a escuchar música, a ver una película en DVD, a navegar por Internet, a llamar a las amigas por teléfono para charlar, etc. Cuándo me quise dar cuenta había pasado todo el día y el incidente de Iñigo en el ascensor apenas era un ínfimo recuerdo desagradable. En ese momento tomé otra acertada decisión: cenar y acostarme. Y, contra todo pronóstico, me dormí enseguida sin darle muchas vueltas a la cabeza. Puede que solo tuviese 18 años, pero ese día demostré una madurez asombrosa.
Al día siguiente al levantarme para ir a clase seguía un poco molesta por lo del día anterior pero me obligué a no pensar en ello a lo largo de todo el día y hacer una vida normal como si nada hubiese pasada. No pensaba en Iñigo y no me planteaba ni llamarle ni volver a quedar. Pero al llegar de clase a mi casa algo iba a desquebrajar mis planes de seguir pasando de él, porque me encontré un bellísimo, inmenso y gigantesco ramo de flores con una tarjetita que ponía: “Lo siento mucho de corazón. No se volverá a repetir. Te lo aseguro. Siempre las cosas se harán conforme las planeemos los dos. Besos”. Sé que suena muy cursi y hasta infantil que esas palabras me afectasen, pero vaya que si me afectaron, porque me hizo muchísima ilusión ese precioso ramo y más ilusión todavía la tarjetita que lo acompañaba. Hasta ese momento no había estado segura del todo, pero justo en ese momento lo supe con certeza que estaba de verdad enamorada de Iñigo y que le quería mucho. Puede que nuestra relación desde el principio se basase mucho en los juegos fetichistas y morbosos que ambos nos encantan, pero ahora estaba claro que la cosa iba a mucho más y que nuestros sentimientos eran más fuertes que una simple relación sexual entre adolescentes.
Sé que mi estado de embobamiento hacía Iñigo era muy pueril y tontorrón. Pero al fin y al cabo solo tenía 18 años y nunca antes había estado enamorada antes (obsesionada sí, pero enamorada no). Por lo que con un poco de cautela y manteniendo cierta frialdad le llamé por teléfono para quedar. Me mostré fría, indiferente, distante y un poco enfadada por teléfono. Al fin y al cabo no habían pasado ni 24 horas desde que le dije que no quería volverle a ver y debía dar una imagen inflexible de que mi palabra de aquel momento tenía su valía. Por lo que quedamos en una cafetería cerca de mi casa. Desde un principio se mostró como el Iñigo respetuoso, caballeroso y educado de siempre. Se disculpó una y otra vez por lo que había pasado en el ascensor. Y me rogó que le perdonase. Yo sabía muy bien lo que le había pasado (en mi corta experiencia con Edu, Rafa y David sabía muy bien que hay determinados momentos que el deseo sexual ciega literalmente a los chicos). De todos modos yo me hice de rogar. Me hice la dura. La distante. La ofendida. Puede que le comprendiera y entendiese su razón, y puede que estuviese muy enamorada de él, pero eso no era motivo para ponérselo tan fácil, por lo que simplemente le dije que necesitaba unos días para pensármelo y que ya le llamaría. Yo ya sabía en ese momento que estaba loca por volver por él y que no iba a cortar con él, pero merecía una lección por su comportamiento violento sexual del ascensor. Me faltó al respeto y eso debía pagarlo.
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