Y si de retornar fantasías morbosas estaba claro que la primera iba a ser esta de vestirme con la ropa de mis amigas, en concreto con la camisa azul de Jennifer que me había puesto esa tarde. Por lo que esa misma noche, al volver en el coche de Iñigo a casa, y aparcar cerca de mi portal le dije al oído de forma insinuante: “Mañana me volveré a poner esta misma camisa. ¿Te apetece que vayamos a mi chalet o al de tu tío a pasar mañana allí la tarde?”. No hubo respuesta. No hacía falta respuesta. Solo un intenso y larguísimo beso dejó claro que estaba entusiasmado con la idea. El mundo de fantasías que nos había caracterizado desde siempre volvía a cobrar vida y todo parecía indicar que sería igual de apasionante, fascinante y morboso que siempre. No me equivocaba en absoluto.
Al llega a casa desde el instituto esa tarde fui al armario a cambiarme y ponerme de nuevo esa camisa. Y de repente, al mirarme en el espejo, tuve una idea, bueno, más que una idea era una broma, una broma pesada en cierto modo, pero me gustaba hacerle rabiar a Iñigo aunque ya nos hubiésemos reconciliados. Esa tarde llevaba yo un jersey gris de cuello alto, y se me ocurrió la broma de ponerme la camisa azul de Jennifer bajo dicho jersey de cuello alto. Así, Iñigo no la vería y se frustraría y desmotivaría pensando que había cambiado de idea de mi promesa de volverla a llevar hoy. Me pareció divertida la idea. Me encantó. Y así lo hice. Me puse la camisa y encima ese grueso jersey gris de cuello alto. Y el plan resultó perfecto, pues la cara de Iñigo al recogerme en el coche fue todo un poema. Su rostro mostró una frustración total y una especie de apagón en su ánimo. Ni siquiera se planteó ni por un segundo que yo podía llevar la camisa debajo de ese jersey. Solo al verme así vestida nada más recogerme se le vinieron abajo todas las expectativas e ilusiones. Me gustó hacerle rabiar así. Me gusto darle a entender que aún estaba disgustada un poco por lo del ascensor y que no iba a acceder tan pronto a lo de sus fantasías, a pesar de que el día anterior le hubiese dejado tocarme los pechos en mi cuarto.
De todos modos no quise alargar su agonía más de lo necesario. Y ya cuando estábamos en el chalet, y justo después de que Iñigo encendiese la calefacción, dije en tono jocoso y bromista: “uff, que calor hace aquí” mientras me quitaba el jersey dejando a su vista la dichosa camisa que tanto le ponía. La reacción no se hizo esperar. Fue como darle un paquete de golosinas a un niño pequeño. Su cara se volvió resplandeciente y feliz. Se le formó una sonrisa espléndida en los labios y se abalanzó a besarme como agradeciéndome que todo se trataba de una simple broma. No solo su rostro cambió, pues pude percibir que hasta la última célula de su cuerpo se excitó por todo ello y un deseo sexual muy contenido hacía mí estalló en ese preciso momento. Porque se lanzó a tocarme y acariciarme por todos lados. No solo mis pechos, sino los brazos, la cara, el culo, las piernas y todo lo que alcanzase con sus manos. Era como si quisiera saborear cada centímetro de mi cuerpo y exprimir todo ese deseo sexual contenido. En cierta manera era algo exagerado, pues tampoco habían sido tanto los días de abstinencia que tuvo que sufrir (poco más de una semana) pero lo cierto es que parecía que hubiese pasado mucho más tiempo.
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