Sabía muy bien que mi mayor baza era jugar con el morbo que despertaba la camisa en Iñigo, o más bien el morbo que despertaba Jennifer en él, por lo que en un determinado momento que empezó a desabrochármela, y a besarme los pechos por encima del sujetador, le dije en tono afable y sensual: “¿Qué pasa? ¿Es que te gusta Jennifer y por eso te pone esta camisa? ¿Qué pasa? ¿Es que te gusta más que yo?”. Su respuesta fue contundente, rápida y directa al mismo tiempo que seguía comiéndome los pechos: “Nadie, absolutamente nadie me gusta más que tú, eres la tía más preciosa y que está más buena de esta ciudad, y menos aún la pedorra de Jennifer, que será muy pija vistiendo pero es una pedorra insoportable”. Hay que reconocer que esas palabras me pusieron y me incendiaron un poco, me inflamaron la pasión y el deseo, y empecé a disfrutar más de las caricias, besos y chupetones de Iñigo, no solo porque con esas frases me elogiara y halagara, sino porque a las chicas siempre nos gusta escuchar que las demás son unas pedorras inaguantables y que nosotras siempre somos las reinas indiscutibles para cualquier chico. Por lo que, sin proponérmelo de forma totalmente subconsciente me salió un emotivo y sonoro suspiro que sonó a jadeo. Lo cual puso más todavía a Iñigo que intensificó más las caricias y toqueteos tanto por fuera como por dentro de la ropa.
No sé cuánto tiempo exactamente llevábamos saciando ese deseo sexual tan brutal entre ambos cuando Iñigo de forma brusca y violenta se bajó sus pantalones y calzoncillos y restregó su pene erecto contra mi boca. Lo inesperado y rápido de la acción me quedó perpleja y algo descolocada, por lo que eché la cabeza para atrás esquivando sus intenciones. No es que no quisiese pero es que me sorprendió lo rápido que fue todo. Pero solo esos segundos de esquivarle su pene fueron más que suficiente para sembrar una desconfianza total en Iñigo y ver como el miedo se apoderó de él, pues en solo unos segundos su pene paso de estar super ereccionado a ablandarse y empequeñecer a una velocidad asombrosa. Enseguida comprendí que Iñigo sintió miedo de ofenderme y cabrearme de nuevo por su visceral acción de ponerme el pene en los labios, y al sentirse tan inseguro, nervioso y asustado su erección bajo del todo en solo unos segundos. Era lógico, había sufrido muchos días de castigo por lo que pasó en el ascensor aquel otro día y no quería volver a meter la pata cabreándome. Tanto su rostro como su apagadísimo pene eran el reflejo del miedo más absoluto. Y, en ese momento, al verle tan asustado, desvalido y acongojado me invadió una gran ternura hacía él y me hizo quererle más todavía. Debía conseguir hacerle recuperar la confianza total, y vaya que si lo iba a conseguir.
Por lo que cogí con mi mano su flácido pene y empecé a pasármelo por el cuello de la camisa al tiempo que decía: “Vaya, o sea, que te gusta como me queda esta camisa, porque a Jennifer le queda bien, pero claro a mí me queda mejor”. El efecto fue instantáneo, de nuevo el pene empezó a crecer y engordar a ritmo vertiginoso. No hacía ya falta que siguiera hablando más pero aún así me gustó echar más leña al fuego y le dije sensualmente: “Lo interesante sería que nos tuvieses aquí a las dos juntas y decidieses así a quién le queda mejor la camisa y a quien te gustaría más desabr…”. No pude terminar la frase, pues Iñigo me introdujo su inmenso pene en la boca de forma visceral, violenta y con mucha vehemencia y agresividad, como si le faltase el aire. Yo también estaba excitadísima, jamás pensé que el rollo fetichista de la camisa azul de Jennifer me llegase a poner tanto a mí, y realmente me apetecía comérsela y chupársela mientras que con mi mano se la agitaba arriba y abajo. Iñigo empezó a gritar de placer, a lanzar gemidos a una intensidad brutal y a disfrutar como nunca, al mismo tiempo que me agarraba del cuello de la camisa y me tiraba hacía él mientras decía: “Sigue, sigue, no pares, no pares”. Fue un calentón brutal, una pasada, jamás le había visto así de cachondo y caliente, con el pene moviéndose dentro de mi boca con un frenesí descomunal. Yo disfrutaba muchísimo, pero podría asegurar que él estaba disfrutando tropecientasmil veces más que yo.
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