De repente paró en seco. Estaba acalorado. Sudando. Como enfermo. Y solo dijo: “Vamos a hacerle un regalito a Jennifer” y me sacó su pene de la boca y él mismo empezó a pajearse con su propia mano encima de mí. El resultado no se hizo esperar, en unos pocos segundos un inmenso y descomunal chorro de semen cayó encima de la camisa, la puso toda perdida, de hecho él mismo se encargo de ir distribuyendo todo el semen que caía por toda la camisa. Expulsó una cantidad desorbitada y solo al cabo de muchos segundos acabó de echar hasta la última gota. Después de tan extenuante acción solo se río al mismo tiempo que dijo: “pero que bien has hecho trayéndote también el jersey para así poder volver a casa”. Yo también me reí por la ingeniosa ocurrencia. Con mucho cuidado me incorpore, me terminé de desabrochar la camisa y la tiré al suelo. Ya habría tiempo luego de meterla en una bolsa de plástico y llevarla así a casa para lavarla. Pero eso sería luego, lo que mi cuerpo me pedía ahora era abrazarme en el sofá a Iñigo y quedarnos dormidos unos minutos abrazados el uno al otro. Y efectivamente, así fue como ocurrió, pues un sueño placentero nos invadió y nos dejó profundamente dormidos durante más de media hora.
Era lógico y natural que el tremendo y excitante morbo que desencadenó lo de la camisa de Jennifer fuese el detonante que abriese por completo la caja de Pandora. Es decir, que a partir de ese momento todas las fantasías entre Iñigo y yo se caracterizarían por el mismo patrón. Por lo que al día siguiente, después de devolver la camisa ya lavada y planchada a Jennifer, y teniendo aún muy reciente el recuerdo de todo lo que había pasado le pregunté a Iñigo cuál era la causa de que le diese tanto morbo todo aquello. Él se encogió de hombros, no acertó a decirme una única razón, solo dijo que le gustaban cómo vestían todas mis amigas pues todas eran muy pijas y clásicas vistiendo, y eso le gustaba mucho. Supongo que al decir eso se refería sobre todo a Jennifer y Sara, porque desde luego Mª Luisa con su ropa hippy y sus ponchos no es que fuese muy elegante y pija. Por lo que abiertamente le pregunté en un tono más picarón del que yo hubiera querido: “Que curioso, ¿y hay alguna prenda más que te pongan de ellas?”. Él no titubeó ni un segundo, es más, respondió a una velocidad mucho más rápida de lo que jamás pensé. Lo cuál me cabreó. Porque una cosa es que le guste algo de mis amigas y otra muy distinta que se muestre tan entusiasmado por ello. Me cabreó mucho. Y más me enfadó lo sincero que fue al decir: “claro, muchísimas cosas, saben vestir muy bien”.
Al escuchar aquello estuve a punto de enojarme y dejarle muy clarito a Iñigo que jamás volvería a pedirles nada. Una cosa era el juego de las fantasías y otra muy distinta que se pusiese con la ropa de mis amigas o directamente con mis amigas, eso me enervaba la sangre, y solo de pensarlo me cegaba la ira y los celos. Él debió percibir que me había sentido ofendida y molesta por ello, porque enseguida dijo en un tono despreocupado: “Aunque claro, aunque la mona se vista de seda mona se queda, porque ellas vestirán muy bien, pero no tienen ni tu estilo ni tu elegante, por eso su ropa te queda a ti mucho más elegante, pija y preciosa”. Debo reconocer que pude ver en sus ojos total sinceridad y honestidad al decir estas palabras, es decir, que no las dijo para salir del marrón y para que no me enfadase. Por lo que comprendí que era solo algo fantasioso con mucho morbo erótico para ambos y que no habría nada de malo en seguir haciéndolo. Que pena que no pudiese ser al revés, es decir, que yo le pidiese a Iñigo que se pusiese ropa de alguno de sus amigos para así aportar más morbo, por la sencilla razón de que Iñigo era, sin lugar a dudas, el chico más elegante, estiloso y pijo de toda la pandilla, y ningún otro chico, al menos en el vestir con clase, le llegaba a la suela de los zapatos. Por tanto, mi morbo total era el propio Iñigo y no necesitaba complementos extras. Por lo que no tuve ningún reparo en seguir jugando a esto.
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