Y como era muy previsible, la siguiente de la lista que escogió fue Sara, y de hecho me sorprendió, no por elegir a Sara (que siempre ha sido muy elegante y pija) sino porque dijo que le ponía de ella un sencillo jersey violeta que se solía poner con una camisa de violeta más claro. Era una ropa muy normalita, elegante pero normalita, pero me dijo que le gustaba mucho como combinaban esos dos violetas y que le gustaría verme vestida con esas dos prendas. Por lo que, a los pocos días, aprovechando una tarde que estaba en casa de Sara le pedí prestado, de forma espontánea y casual, el jersey y la camisa diciendo que me gustaban (era mentira, no me gustaban), pero me apetecía contentar una vez más a Iñigo. Y, tal y como era de esperar, el efecto al ponérmelo fue fulminante en Iñigo, porque con virulencia y brusquedad me tiró encima de la cama, se puso apresuradamente un preservativo en el pene que tenía ya muy erecto, me quitó los pantalones y, sin ni siquiera quitarme las braguitas solo apartándolas, empezó a penetrarme.
Eso me dolió, porque no hubo nada de preliminares, absolutamente ninguno, y yo (al igual que cualquier otra chica) necesito unos pequeños preliminares para excitarme y así la penetración no sea tan dolorosa. Pero el deseo sexual de Iñigo le cegó por completo y no se anduvo por las ramas. En ningún momento me tocó por encima de la ropa (no me llegó ni a quitar el jersey ni la camisa) solo a penetrarme fogosamente vestida así. Tras un buen rato así, se salió, se quitó el preservativo (aunque no había llegado a eyacular) se puso encima de mi cara, cogió el cuello de la camisa, lo sacó por fuera del jersey y empezó a tirar hacía él para que se la comiera. El proceso fue igual que siempre, es decir, hacerle una felación hasta que no pudiera más, y en ese momento sacar su pene de mi boca para subirme torpemente el jersey para correrse encima de la camisa de Sara. Era todo muy morboso, sin duda, yo disfrutaba excitándole de esa manera tan fetichista y sabía que tanto con la ropa de Jennifer como con la de Sara le había encendido a mil. Se le notaba en la forma de mirarme mientras me lo hacía y en la forma compulsiva de hacerme el amor. Quizás debería sentirme ofendida por algo así, pero sabía muy bien que no había motivos reales para ello, porque ya durante mucho tiempo se excitó mucho con mi propia ropa y esto era solo un aliciente más para seguir aportando fogosidad y fuego a nuestras fantasías.
Eso sí, todo se torció cuando, al cabo de unos pocos días más, me dijo quién quería que fuese la siguiente chica a la que pedirle algo: Pilar. Eso me noqueó. Eso me bloqueó por completo. Pilar había sido su novia durante mucho tiempo. Habían estado saliendo mucho tiempo y, aunque ahora fuese yo su novia, no me hacía ninguna gracia hacer algo que le recordase todo lo que tuvo con ello. Me negué en redondo. No podía. Mi cerebro me bloqueaba totalmente. Y de repente me sentí tremendamente celosa. Cómo si el fantasma de su relación con Pilar hubiese vuelto y hubiese cierto peligro de que me fuese a dejar por Pilar. Me sentí insegura. Me sentí nerviosa y me bloquee negándome en redondo. Iñigo, al verme tan contrariada, me sonrió y trató de tranquilizarme. Me dijo: “No te preocupes. Tranquila. Te contaré porque quiero exactamente con Pilar. Déjame contarte”. Sabía que, dijese lo que me dijese, yo iba a seguir negándome y no iba a aceptar, pero aún así le dejé hablar. Quién me iba a decir a mí que acabaría convenciéndome de la forma más sencilla del mundo.
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