Iñigo empezó a hablar muy elocuentemente, como siempre en él, y me vino a decir más o menos: “Mira, cuando empecé a salir con Pilar me fijé que tenía en su habitación una foto suya muy guapa con una camisa azul a rayas, con un pañuelo rosa alrededor y unos pantalones blancos con un cinturón marrón. Y siempre me dio mucho morbo como iba vestida en esa foto, pero curiosamente durante todo el tiempo que fuimos novios nunca se lo volvió a poner, nunca, y yo no tenía con ella la confianza y compenetración que tengo ahora contigo para el tema de las fantasías, por eso nunca le dije que pusiera eso para mí. En todo el tiempo que fuimos novios, que tú sabes que fue mucho, jamás se puso esa ropa, lo cual aumentó más el morbo todavía. Esta es la principal razón por la que quiero que tú te la pongas. Solo por eso”. No puedo negar que sus palabras fueron más que convincentes y que tenía razón en todo lo que decía. Aunque claro, lo que más me gustó de toda aquella parrafada fue lo de “yo no tenía con ella la confianza y compenetración que tengo ahora contigo para el tema de las fantasías”. Eso me encantó escucharlo. Eso me hizo ganar mucha más confianza. No es que me sintiese inferior en comparación con Pilar, pues creo modestamente que soy mucho más guapa que ella (aunque ella también lo es mucho) pero sí que era cierto que entre Iñigo y yo había una cierta química morbosa fetichista que jamás hubo entre él y Pilar. Por lo que al final me dejó medio convencida para hacerlo.
El principal problema era que desde que lo mío con Iñigo se hizo oficial no es que Pilar y yo fuésemos las mejores amigas del mundo. Sí seguía habiendo amistad y buen rollo, pero yo notaba, al igual que ella, que cierta barrera invisible se había establecido entre ambas, y era lógico, su ex novio estaba ahora conmigo y eso tenía que escocerla bastante. Aunque también, puede que le resultase indiferente, porque en esos momentos a mí me daba igual quién saliera con Edu, es decir, que fuese mi ex novio no me pondría nada celosa pues Edu era totalmente mi pasado y ya ni me acordaba de él (quién lo iba a decir con lo obsesionada que me tuvo siempre desde los 14 años que le olvidaría tan fácilmente). Pero claro, el caso de Iñigo y Pilar quizás fuese diferente y por tanto yo imaginaba que Pilar no me consideraba entre sus mejores amigas. Estas dudas las compartí con Iñigo y le hice participe de mi inseguridad sobre este tema. Le acabé diciendo: “No creo que tenga tanta confianza y amistad con Pilar como para que me deje esa ropa. Va a sonar raro”. Iñigo calló. Se mantuvo en silencio. Y más valdría que se hubiese mantenido en silencio mucho más tiempo porque cuando abrió la boca ya sí que me descolocó por completo.
Y es que en un alarde de locura Iñigo no se le ocurrió otra cosa que decir: “Bueno, yo sigo manteniendo mucha amistad con ella y no es raro que vaya a su casa. Podría ir para allá y cuando ella saliese de la habitación sacar la camisa y el pantalón del armario y guardarlo en una bolsa que lleve. Y al día siguiente volverlo a colocar en su sitio sin que se entere nunca. No creo que lo eche en falta si lleva tantísimo tiempo sin ponérselo”. En ese momento me pareció una locura bestial. Una pasada y pensé que a Iñigo se le fue la olla totalmente. Pero al mirarle a los ojos pude ver un brillo extraño que me hizo comprenderlo todo. Y es que Iñigo, en cierta manera, estaba rememorando en su imaginación lo que hizo a los 15 años en el campamento de Inglaterra con Andrea, es decir, quería volver a repetir casi el mismo proceso pero en este caso con Pilar y con mi ayuda. Y, de repente, al comprender todo eso me dio muchísimo morbo también a mí. Me sentí excitada con la idea y ya no me parecía tanta locura. Cierto que era algo irracional y absurdo, pero también tremendamente morboso, y es que Iñigo siempre supo activar el lado más morboso y fetichista de mi cerebro y hacerlo vibrar.
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