Por lo que al final dije un anodino: “Bueno, vale”. Él sonrió. No dijo más. Solo me abrazó y me empezó a besar. Pero yo no saboreaba sus besos pues mi mente se puso a pensar en los riesgos que conllevaba todo ello. Cierto que todos los riesgos eran para él pero había una cosa que me daba más miedo de todo esto. Y es que Pilar le pillase robando su camisa y pantalón y eso la llevase a pensar, con toda lógica, que Iñigo la seguía deseando, la seguía queriendo y que quería volver con ella. Es decir, que había un riesgo altísimo de que la fantasía acabase fastidiando el buen rollo fetichista que había entre Iñigo y yo. Y eso me asustó. Me asustó mucho. Por lo que bruscamente me separé de él y le dije: “Bueno, vale, hazlo pero hazlo con mucho cuidado y tacto, no te vaya a pillar, es importantísimo que no te pille”. Él me sonrió y con una tranquilidad pasmosa me dijo: “Descuida. Yo soy el primero que quiero que ni se de cuenta. Seré súper hábil y discreto. No se dará cuenta. Te lo juro. Lo haré mañana mismo”. Al escuchar ese “mañana mismo” me acojoné un poco. No esperaba que fuese todo tan pronto. No estaba preparada. Pero antes de que pudiera decir nada de mis inseguridades ya estaba Iñigo dándome un beso de despedida mientras salía por la puerta. Las siguientes 24 horas hasta que tuviese esa ropa en mis manos iban a producirme muchísima ansiedad.
Como me conozco muy bien a mi misma, sabía que lo que debía a lo largo de ese día distraer mi mente con todo lo que fuese posible para no pensar en ello. Por lo que tras salir de clase quedé con las amigas para tomar un café, ir a casa de Sara a escuchar música, a enredar por Internet y a lo que fuese hasta que la llamada al móvil de Iñigo me sobresaltó. Mi plan había funcionado, porque me había distraído tanto que no pensé nada en ello a lo largo de todo el día y hasta se me olvidó que Iñigo me tenía que llamar. Como era de espera su llamada fue clara y concisa pues solo me dijo: “Ya lo tengo. ¿Quedamos ahora en tu casa?”. Yo titubee. Incluso creo que hasta me sonrojé al escuchar eso, hasta Sara creo que se dio cuenta de mi sofoco. Al final le contesté: “Sí, ahora voy para allá. En unos 15 minutos estoy en mi portal”. Por lo que algo azarada salí hacía mi casa y cuando me fui acercando le vi en mi portal con una bolsa de deporte al hombro. Era evidente que la ropa estaba dentro de esa bolsa. Todo había salido bien y no tenía motivos para preocuparme. Aunque todavía quedaba la segunda parte del plan, es decir, devolverla al día siguiente al armario de Pilar sin que ella la echase en fatal y con la misma discreción y sutileza con la que había sido cogida. Desde luego todo era muy morboso, pero ay, que nerviosa me ponía todo esto.
Subimos juntos en el ascensor y a ambos se nos notaba algo nerviosos. No me atreví ni a preguntarle qué tal le había ido en casa de Pilar, si había habido algún problema, aunque claro, supongo que no hubo ninguno y que todo salió perfectamente porque sino no estaría él ahí. Era evidente que todo había ido como la seda y que había podido guardar la ropa sin problemas en su bolsa de deportes sin que se enterase Pilar. Al llegar a mi cuarto, sin ninguna dilación ni decir nada, abrió dicha bolsa de deporte y sacó la camisa azul a rayas, el pantalón blanco, el pañuelo rosa e incluso hasta el cinturón marrón. Tanto la camisa como el pantalón estaban perfectamente planchados y no se habían arrugado nada a pesar de llevarlos dentro de la bolsa. Yo me quedé quieta sin saber qué hacer. Solo reaccioné cuando Iñigo me dijo: “Venga, quítate esa camiseta que llevas y ponte esta ropa, ¿a qué esperas?”. Me quedé algo nerviosa y agobiada tras estas palabras. Cierto que Iñigo y yo habíamos hecho ya múltiples de fantasías juntos pero esta era especial porque conllevaba el hurto de ropa a una amiga común. Cierto que se la íbamos a devolver al día siguiente, pero aún así me sentía que estaba haciendo algo malo e indebido. La conciencia me agobiaba con todo esto y aunque el fetichismo de la fantasía era muy jugoso no estaba convencida del todo.
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