Iñigo, viendo que me sentía incómoda, me besó en la frente y dijo para quitar hierro a todo este asunto: “Voy a saludar y a charlar un rato con tu madre mientras tú te vas cambiando”. Y sin esperar respuesta salió de mi habitación. Yo, a pesar de esta ya sola, aún tarde varios segundos en reaccionar, y no dejaba de mirar la ropa de Pilar sobre mi cama. Al final me convencí a mí misma que era una fantasía como otra cualquiera y que no era nada malo lo que estábamos haciendo. Por lo que me quité la ropa que llevaba y me puse esa camisa azul a rayas con los pantalones blancos. Salí de la habitación. Me encontré a Iñigo hablando distendidamente con mi madre (hay que ver que bien sabe ganarse Iñigo la confianza de todo el mundo, si mi madre llegase a imaginar la de fantasías sexuales y morbosas que hacíamos juntos). Él al verme me dijo irónicamente: “Vaya, que guapa te has puesto”. Lo dijo con una espontaneidad y naturalidad asombrosa, como si no supiese que iba a salir así vestida. Desde luego, cuánta ironía y sarcasmo había en esas palabras, y qué actor más fabuloso y convincente era. Yo contesté: “Gracias, bueno, ¿nos vamos?”. Él asintió con la cabeza y salimos por la puerta. Notaba que me miraba de manera diferente. Mucho más lujuriosa que de costumbre. Estaba claro que esta fantasía era especial para él.
Antes de montarnos en el coche, sacó su cámara digital y me hizo varias fotos vestida así, me dijo: “Para el recuerdo. Verás que excitante será recordar el día que te hice estas fotos”. Nos montamos en su coche. Por un momento pensé que nos dirigíamos a su chalet pero cuando vi que tomó otra dirección por la carretera le pregunté: “pero ¿a dónde vamos?”. Iñigo ni giró la cabeza para responderme, solo dijo: “tranquila, es una sorpresa”. Al cabo de unos 20 minutos llegamos a nuestro destino. Era un pueblo (omitiré decir aquí el nombre del pueblo para que nadie pueda identificarlo). A pesar de ser un pueblo relativamente conocido yo nunca había estado antes allí. Le pregunté: “Pero, ¿qué hacemos aquí?”. Esta pregunta ni me la respondió. Solo me cogió de la mano y me llevó por una serie de calles. Hasta estar al lado de una ventana con unas rejas grises. Yo seguía sin comprender el porqué teníamos que estar justo en ese pueblo y al lado de esa ventana con rejas. Por fin Iñigo se dignó a explicarse: “La explicación es bien sencilla. La foto que tiene Pilar en su habitación vestida así es justo aquí. Junto a esta ventana de esta casa. Esa es la razón de hacer la fantasía aquí”. Yo muy extrañada le pregunté: “¿y cómo sabes que es justo esta casa?”. A lo que me respondió: “Pues porque en su día le pregunté dónde se había hecho esa foto y me dijo que en casa de su abuela, y ésta es la casa de su abuela”. Saber eso me puso mucho más nerviosa. No es que fuese a aparecer su abuela de repente diciendo: “Oye, esa es la ropa de mi nieta”, pero aún así me agobió mucho más saber la verdad y las intenciones de la fantasía ideada por Iñigo.
Fueron unos momentos angustiosos para mí y me agobié cantidad, tanto que estuve a punto de decirle a Iñigo: “Vale, muy bien, ya hemos recreado esa foto, vámonos ya de aquí”. Muy serio me respondió: “No. Hay que hacerlo bien del todo”. Yo no comprendía ni tampoco quería comprender. Él siguió hablando: “Agárrate con la mano derecha a la reja, tal y como Pilar está en esa foto. Y sonríe como si posaras para una foto”. Yo algo temerosa lo hice. Cierta que era una fantasía morbosa pero también me ponía muy nerviosa y por tanto no la estaba disfrutando. Estaba ya agarrada a la reja gris cuando de repente noté como Iñigo se pegó a mí por detrás. Hasta conseguir restregar su entrepierna contra mi culo. Yo le veía las intenciones. Era evidente y no iba a consentírselo. Por lo que dije: “No, Iñigo, no, venga, que por esta calle puede pasar gente, no hagas el tonto, que puede pasar cualquiera y vernos”. Ni siquiera me respondió, solo al cabo de unos segundos dijo: “solo un momento más, déjame restregarme un poco más contra este pantalón blanco que en tu culito te queda de maravilla”. Cuando pensé, al cabo de unos segundos, que ya había acabado y que nos íbamos me demostró que no tenía ninguna intención de hacerlo. Pues con brusquedad cogió el pañuelo rosa y lo tiró al suelo y empezó a besarme el cuello por detrás mientras seguía restregándose contra mi culo. Yo volví a insistir ya muy agobiada: “Iñigo, joder, que va a venir alguien, que va a pasar alguien”. Ni siquiera me oyó. Solo se dedicó a disfrutar de estar recreando ese momento.
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