El diario de Noa: Capítulo 224º

Me tenía totalmente paralizada. Además, me tenía agarrada la muñeca derecha y no me dejaba despejarme por tanto de la reja gris de la ventana. Iñigo no quería dejar de recrear la pose de la foto de Pilar y hasta me estaba haciendo daño por lo agresivo de su acción. En esos momentos empezó a chispear y a llover lentamente. Esto me dio un motivo más que razonable para obligarle a parar y a continuar la fantasía en otra parte que no fuera allí. Pero a pesar de la llovizna, Iñigo no se disuadió de la idea de irse, y siguió restregándose contra mi pantalón y agarrándome la muñeca con fuerza para que no soltase la reja de la ventana. Solo cuando la lluvia se volvió mucho más agresiva y abundante reaccionó. Y no era para menos, porque en solo unos minutos se puso a diluviar de forma terrible y a llover descomunalmente (tampoco era tan raro, estábamos a principios de Abril). Por lo que se soltó de mí, cogí el pañuelo rosa del suelo y nos fuimos corriendo a guarecernos de la lluvia. Avanzamos muy poco, solo unos metros de dónde estábamos pero, aunque seguíamos estando en la calle, era un sitio donde poder cobijarnos y protegernos de la intensa lluvia. Y, justo en ese momento, pude notar que aunque yo estuviese hecha un desastre con el pelo mojado y la ropa empapada no era motivo para que Iñigo dejase de desearme.

Debo decir que la lluvia tiene algo de embriagador y afrodisiaco, pues el estar así los dos tan mojados y agitados (por la mini carrera que echamos para guarecernos del agua) nos sentimos más atraídos que nunca el uno por el otro. Había cierto erotismo en todo eso y aunque hasta ese momento yo no había disfrutado absolutamente nada (lo de estar agarrada a la reja de la ventana excitó muchísimo a él pero no a mí) ahora sí que lo estaba. El debió percibirlo perfectamente, pues me giró y me puso contra la pared y volvió a restregar su entrepierna contra mi culo al tiempo que me acariciaba por detrás los pechos por encima de la camisa. Por supuesto seguía habiendo riesgo de que alguien nos viese, al fin y al cabo seguíamos estando en esa calle del pueblo, pero dado lo mucho que estaba lloviendo mis miedos se disiparon, ya que era muy improbable que alguien pasase por allí y si pasara lo haría corriendo que ni se figaría en nosotros. O a eso al menos es de lo que me autoconvencí a mí misma para persuadirme de que nadie nos vería haciendo eso. Por lo que me dejé llevar y disfrutar por los restriegos, tocamientos y caricias de Iñigo.

Todo iba de maravilla cuando di un pequeño sobresalto cuando noté que Iñigo empezó a acariciar con su mano mi culo por encima del pantalón. Lo acaricio con fuerza al tiempo que decía para sí mismo: “Umm, como te queda este pantalón blanco, te queda de vicio, te queda mucho mejor de lo que le quedaba a Pilar”. Siguió metiendo la mano y llegó a mi entrepierna, la cual acarició con más intensidad. Esas caricias por encima del pantalón eran muy eróticas. A mí me excitaron y, como suele ocurrir siempre en estos casos, todo se empezó a acelerar. Pues cuando quise darme cuenta Iñigo estaba desabrochándome el cinturón marrón que llevaba y abriendo el pantalón. Me puse muy frenética con esto. Quise pararle. Era una locura. Una locura total. Estábamos en medio de una calle de un pueblo y cualquiera podía vernos. Vale que diluviaba muchísimo pero eso no era motivo suficiente para pasarnos tanto y desmadrarnos tanto. Intenté quejarme. De nada sirvió. Cuando quise ya pararle los pies ya me había bajado el pantalón y me estaba colocando para introducir su pene erecto dentro de mí. Y así fue. Empezó a embestirme por detrás una y otra vez al tiempo que no dejaba de tocarme las tetas por encima de la camisa. Todo era muy erótico y embriagador: la incesante lluvia, el morbo de llevar la ropa de Pilar en esa foto, el hacerlo casi en el mismo sitio que la foto y, sobre todo, el riesgo de que alguien nos pudiese ver. Visto objetivamente era un riesgo grandísimo, ahora me parece una locura total, pero en su día me dejé llevar y no pensé en la posible gente que pudo pasar por allí bajo la lluvia.

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