De repente Iñigo paró en seco, y me giró, tiro del pañuelo rosa hacía abajo para forzarme a arrodillarme, estaba claro que quería una felación pero ahí yo me puse firme y le paré los pies. Le dije un rotundo “No”. Eso le paralizó. Más que por el medio grito que le pegue por la mirada que le eché. Porque le eché la misma mirada que el día del incidente en el ascensor y le di a comprender, solo con mi mirada, que si seguía en ese plan iba a cabrearme como aquel día y que es posible que esta vez ya no hubiese arreglo. Sentí su miedo. Pude ver su miedo en sus ojos. Se paralizó. Lo cierto es que estaba un poco ridículo empapado por la lluvia y con el pene erecto apuntando hacía mí. No quise darle tiempo ni para que se lo pensara. Ya habíamos tenido suficiente morbo para una tarde. Ya había complacido de sobra el morbo por la foto de Pilar vestida así en ese mismo sitio. Ya no iba a consentirle más. Una cosa es que nos dejásemos llevar por las fantasías y otra que se ciegue tanto que me obligué sumisamente a hacer cosas que yo no quería. Por lo que me subí las braguitas y el pantalón blanco, me metí la camisa por dentro, me abroché el cinturón marrón y volví a mirarle. Él tardo en reaccionar. Estaba frustrado aún con el pene erecto que no menguaba pero mi determinación era firme. Por lo que empezó a vestirse. Y vaya que sí le costó, porque el pene no dejó de estar muy erecto todo el rato y le costó meterlo por dentro del pantalón. No me gustaba frustrarle sexualmente, pero había ciertos límites que no había que pasar.
Era inevitable que al cortarle el rollo así se viene Iñigo abajo anímicamente y le diese un bajón. Pues durante todo el camino de vuelta en coche a casa no dijo ni una palabra. Aunque, a decir verdad, tampoco me apetecía mucho a mí hablar. Solo quería llegar a mi casa. Quitarme esa ropa empapada de la lluvia y darme una ducha caliente. Con el calentón sexual no nos dimos cuenta que habíamos estado mucho tiempo bajo la incesante lluvia y fue un milagro que no nos cogiésemos ninguno de los dos un buen resfriado. De todos modos, al llegar a mi portal y despedirnos, pude comprobar que ya no estaba tan enfadado y frustrado ya que nos despedimos con un sentido beso en los labios y quedamos para el día siguiente. Al día siguiente le tendría ya lavada, secada y planchada la ropa de Pilar para que volviese a colocarla de nuevo en el armario sin que ella se diese cuenta.
Al día siguiente le di la ropa ya planchada a Iñigo para que la volviese a dejar en su sitio y, tal y como era de esperar, me empecé a poner nerviosa y agobiarme por este tema, pensando que Pilar le pillaría y le exigiría explicaciones. Siempre he sido muy dada a comerme la cabeza y, aunque sabía que él estaba loco por mí, siempre tenía cierta inseguridad por Pilar por haber sido su novia antes durante tanto tiempo. Por lo que solo deseaba que volviese cuanto antes a dejar esa ropa en el armario y que saliese de su casa lo más rápido posible. Lo cierto, es que estas fantasías de la ropa de mis amigas estaba empezando ya a cansarme. Sé que a Iñigo le encantaba y las disfrutaba, pero a mí me estaban agobiando ya un poco y empezaba a desear que las fantasías entre él y yo se centrasen únicamente en mi propia ropa. Esa tarde, mientras esperaba que él volviese, me dije a mi misma que no haríamos más fantasías así. Y ya tenía preparada mentalmente cómo se lo iba a decir a Iñigo, es decir, de forma directa y clara.
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