De repente Iñigo me llamó al móvil para decirme que ya iba camino de mi casa y que en unos 10 minutos estaría en mi portal. No me comentó por teléfono nada acerca de Pilar por lo que supuse que todo fue como la seda y pudo colocar de nuevo toda la ropa en el armario sin que ella se diese cuenta. Nada más verle en mi portal me animé a decirle lo que había estado pensando, es decir, no más fantasías eróticas ni morbosas con la ropa de mis amigas, pero antes de que me diese tiempo a decir eso Iñigo me soltó: “He estado pensando cuál quiero que sea nuestra próxima víctima: Laura”. Eso me desconcertó por completo. No me lo esperaba por nada del mundo y me chocaba muchísimo que Laura supusiese un chica que pudiese atraer a Iñigo ni en su forma de vestir ni en su forma de ser.
De todas las chicas de la pandilla Laura era la más pequeña de todos nosotras, tenía 17 años, y era muy tímida, recatada, reprimida y jamás había tonteado con ningún chico. Cierto que era guapilla y algo pija pero rezumaba virginidad por todos los poros y era una chica tan discreta y mojigata que me chocaba que Iñigo tuviese algún interés por ella. Por lo que muy desconcertada le pregunté: “¿Laura? ¿En serio?”. Él me respondió afirmativamente con la cabeza, pero me matizó cómo quería que fuese la fantasía: “Sí, pero esta vez nada de camisas ni nada parecido, quiero que cojas de su armario unas simples braguitas, solo eso”. Eso me descolocó por completo, no hacía más que preguntarme a mi misma ¿qué morbo erótico puede tener Laura para un chico? No comprendía a Iñigo pero a él le veía tan ilusionado que no pude negarme a este encargo tan peculiar, por lo que por última vez accedí a jugar con la ropa de alguna de mis amigas. Eso sí, le dejé muy claro que esta sería la última vez, que se acababan ya para siempre estas fantasías fetichistas. Él accedió, parecía que con el tema de las braguitas de Laura ya había conseguido satisfacer del todo todas las perversiones morbosas fetichistas eróticas que tenía en mente relacionadas con la ropa de mis amigas.
Por lo que una tarde, estando en casa de Laura, le robe discretamente unas sencillas braguitas blancas de uno de los cajones de su armario. No me gustaba mucho esta nueva fantasía pero puesto que iba a ser la última de todas las fantasías con el tema de mis amigas pues la llevaría a cambio sin rechistar. Por lo que le pregunté a Iñigo cómo quería que me vistiese aparte de con las braguitas y su respuesta me desconcertó mucho pues se limitó a encogerse de hombros y a decirme un simple: “me da igual”. Por lo que no me compliqué mucho y me puse una camiseta de rayas con una falda negra y debajo, claro está, las famosas braguitas de Laura que tanto ponían a Iñigo. Esa tarde quedamos en el chalet y con suma delicadeza y suavidad Iñigo me cogió de la mano y me llevó hacía la cama. Me dijo: “Túmbate, cierra los ojos y, sientas lo que sientas, no los abras. Solo déjate llevar”. Así lo hice. Lo cierto es que con Iñigo fui siempre muy sumisa, con ningún otro chico (ni antes ni después) fui así de sumisa y complaciente, pero no podía negar que él siempre fue especial para mí y que estaba muy enamorada o atontada en esa época por él. Además, a mí también el morbo de las fantasías me gustaba, aunque estas con la ropa de mis amigas no acabaron nunca de gustarme del todo.
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