Curiosamente durante los siguientes días a lo de las braguitas de Laura estuvimos muy tranquilos. Es más, estuvimos días enteros de no tener relaciones entre nosotros ni tan siquiera caricias por encima de la ropa. Digamos que las fantasías llevadas a cabo con la ropa de mis amigas calmó mucho tanto a Iñigo como a mí. Por lo que estábamos un poco saciados del tema de las fantasías. Pero pronto íbamos a volver a ellas, aunque la primera que me propuso Iñigo fue muy convencional, ya que un buen día me dijo que quería hacerlo en un baño público de un bar. Yo me negué. No me gustaba nada la idea y me agobiaba el factor de riesgo que eso suponía. Además, ya nos lo habíamos montado aquella noche en el cuchitril donde Santi ponía los CDs de música en el bar, y eso era prácticamente lo mismo, por lo que era como si ya lo hubiésemos hecho. Por lo que me negué en redondo a repetir algo ya realizado. Iñigo insistió mucho. Le importaba mucho hacerlo en el servicio de un bar pero yo me seguí negando todo el rato y, al final, él accedió y se olvidó de esa fantasía. Además, me gustaba que fuesen fantasías ingeniosas y ocurrentes que estimularan mi cerebro, no la típica fantasía en la que piensan todos los chicos. Cierto que Iñigo se quedó un poco chafado al negarme pero era algo para disfrutar ambos, sino no merecía la pena.
Sin embargo la siguiente fantasía que me propuso sí que me gustó. Pues tenía el morbo fetichista necesario para sentirme excitada intelectualmente y por tanto estar físicamente preparada para hacerla. Como siempre debía seducir siempre mi cerebro y, una vez conseguido esto, ya podríamos excitarnos con lo que se le ocurriese. Contaré más o menos lo que me propuso. Me dijo: “Tengo una fantasía acerca de tu clase en el instituto. Y quiero que la realicemos antes de que termines el instituto este año”. Al escucharle sentí curiosidad y presté atención a lo que me decía. Pregunté en un tono incrédula: “¿en mi clase?”. Iñigo siguió describiendo la fantasía que tenía en mente: “Sí, en un momento que no haya nadie, en un descanso o a una hora que no haya nadie. Y si no se pudiese ahí pues en la clase de al lado. Pero que sea en una clase de tu instituto.”. Lo cierto es que escuchar esta propuesta me motivó. Me gustó. Aunque también me hizo sentir, como era lógico y natural, muy insegura porque si nos pillasen sería un marrón impresionante, y sería el hazmerreír de todo el instituto durante los siguientes meses, por no hablar de la mala fama que eso me traería y que la gente pensase que era una ninfómana haciendo esas cosas, cuando la imagen que tenía todo el mundo de mí desde siempre es que era muy formal y normalita.
Me sinceré con Iñigo y le dije todo lo que me agobiaba de esa fantasía. Cierto que podía ser muy guay, excitante y morbosa, pero tenía mucho que perder si nos pillasen ya fuese los compañeros de clase o incluso algún profesor. Eso era un agobio impresionante y yo no hacía más que pensar en esos contratiempos. Podía ser una acción que me marcase negativamente para siempre y que tirase mi reputación por los suelos para siempre. Y no me apetecía nada ser la causa de los cotilleos y chismes de todo el mundo en el instituto. Cuanto más lo pensaba más me parecía una mala idea. Y había mucho que perder. Por lo que al final le dije a Iñigo que era muy arriesgada y que prefería no hacerla. Como era lógico, Iñigo me tranquilizó y me habló con calma: “Tranquila, yo soy el primer interesado en que no pase nada. Por eso extremaré la cautela y la seguridad al máximo. Jamás consentiría que nos pillasen. Por eso solo lo haría si estuviese seguro al 100% de que hay una seguridad total de que no nos van a coger. Yo jamás jugaría con tu reputación ni con la imagen que tienen de ti. Eso jamás. Por lo que solo lo haría cuando haya las suficientes garantías de que no correremos ningún riesgo. Sino, nunca se hará”.
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