El diario de Noa: Capítulo 230º

Parecía como si Iñigo hubiese planificado todo con gran detalle, pues se aseguró en todo momento que no había nadie por los pasillos y que todo el mundo había entrado ya en las restantes aulas. Finalmente dio el paso y nos metimos en mi clase. Colocó un par de sillas en la puerta para que impidiesen, aunque solo fuese unos segundos, que nadie entrase. Yo estaba muerta de miedo, he de reconocerlos, todo esto me ponía muy nerviosa, pero por otra parte me daba mucho morbo estar con mi guapo novio en mi propia clase. Él me preguntó: “¿dónde te sueles sentar siempre?”. Yo se lo señalé y él me contestó en un tono jocoso y distendido: “Anda, en la primera fila, pero que empollona y lista es mi novia”. Ese comentario desenfadado hizo que me relajase un poco y que se mermaran un poco los nervios. Iñigo me dijo en tono amable pero que sonó a orden imperativa: “Siéntate en tu silla”. No tenía ni idea de qué tenía planificado hacer ni cuáles eran sus intenciones pero, fuese lo que fuese, la situación era morbosa y especial. En increíble como puede condicionar tanto el entorno y como, a pesar de haber estado antes cientos de veces sentada en esa silla, ahora notaba la silla más fría y extraña que nunca, como si no fuese la mía y como si nunca hubiese dado clase allí. Iñigo me dio una nueva orden: “Mira hacía la pizarra, como si estuvieras atendiendo a clase”. Yo, en plan novia sumisa y obediente, lo hice. Él siguió hablando: “Haga lo que haga no dejes de atender a la clase, como si yo no estuviese aquí, tú como si estuvieras concentrada en clase”.

Yo me encontraba sentada posando fijamente mi mirada en la pizarra como si de verdad estuviese en clase cuando noté como Iñigo pasó sus manos por detrás hasta abrazarme los pechos por encima de la camiseta. No sé si eran los nervios o el entorno o qué, pero sentí un escalofrío y como si esas no fuesen sus manos. Iñigo me había tocado y acariciado miles de veces desde que éramos novios, pero en esos momentos sus manos parecían las de un extraño, y me hacía sentir un escalofrío tras otro. Además, como me dijo que no mirase para atrás y solo me centrase en la pizarra, entonces no podía mirarle a los ojos y eso aportaba mucho más misterio, excitación, intriga y morbo a sus caricias por detrás. Mi respiración se volvió más acelerada, no solo por la excitación sexual, que también, sino por el riesgo de que alguien pudiese entrar en ese momento y pillarnos haciendo esas cosas. En esos momentos sentí un subidón de adrenalina porque el cocktail de estar realizando todo eso en mi propia aula me excitó de tal manera que noté como mis pezones se pusieron duros. Iñigo debió notarlo también porque eso fue la excusa que necesitó para levantarme bruscamente la camiseta y tocarme los pechos primero por encima del sujetador, y luego por debajo de él, y yo todo el rato mirando ensimismada la pizarra como si de verdad estuvieran explicando algo allí.

Sé que ese es el momento que debería haberle parado pues ya nos estábamos pasando mucho y el riesgo a que entrase alguien cada vez era mayor. Yo no hacía más que pensar que iba a estallar, de un momento a otro, el ruido de las sillas al abrirse la puerta de forma repentina, y lo peor de todo es que a mí no se me ocurriría ninguna excusa lógica ni razonable que dar a lo que estábamos haciendo allí los dos solos. Y menos excusa iba a tener cuando noté a Iñigo que me levantaba de la silla hasta ponerme de pie, para acto seguido empezar a jugar y a desabrocharme el cinturón con intenciones de bajarme el vaquero. Ahí sí quise reaccionar, eso sí que era el mayor de los riesgos habidos y por haber y traté de pararle, pero me desabrochó y bajó con gran habilidad el vaquero, y empezó a restregarse contra mis braguitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario