Yo no hacía más que susurrar que parara, que nos
estábamos pasando. No me hizo ni caso, porque cuando volvió a restregarse
contra mí pude notar que no era su pantalón lo que ya restregaba sino
directamente su pene y que se había bajado él también los pantalones y los
calzoncillos. Solo de imaginar esta situación: ambos desnudos por completo de
cintura para abajo me hizo excitarme y nubló mi mente por completo. Ya no pensé
más en los riesgos. O mejor dicho ya no quise pensar más en ello. Solo quería
disfrutar ese momento morboso fetichista cuanto antes y, sobre todo, que
acabase lo más rápido posible porque me angustiaba la posibilidad de que nos
pillaran. Iñigo debió pensar lo mismo porque de repente noté como me penetró
por detrás de golpe y empezó a follar con gran velocidad y ansiedad. Era una
locura. Una locura absoluta. Una demencia total. Además se aceleró tanto al
hacerlo que al cabo de solo 2 minutos acabó eyaculando de forma bestial como si
llevase horas conteniéndose en vez de solo 2 minutos. Eso me cabreó muchísimo
porque eyaculó dentro de mí sin preservativo ni nada. Eso era una inconsciencia
brutal y me enojó mucho. Trate de echarle la bronca pero solo pude ver en su rostro
una cara totalmente sonrojada, extasiada y complacida y eso me aplacó un poco.
De todos modos enseguida recobré la compostura y me vestí rápido al mismo
tiempo que le decía: “Venga, vístete, rápido”. Él de forma algo atolondrada
(¿Por qué los chicos siempre se quedan atolondrados después de eyacular?) se
vistió torpemente al mismo tiempo que sonreía muy satisfecho. Al cabo de unos
pocos minutos los dos salíamos del aula como si nada hubiese pasado. Ambos nos
fuimos a los servicios a limpiarnos porque la eyaculación fue muy abundante y
los dos quedamos bastante manchados. Tras salir del servicio le confesé a Iñigo
que me había encantado y que había sido uno de los momentos más morbosos y
excitantes de nuestra relación, pero que me preocupaba que se hubiera corrido
dentro de mí y que sería aconsejable ir a un centro de salud a solicitar la
píldora del día después. No puso ningún reparo, le pareció lo más razonable y
me juró que iríamos y que, además, no se volvería a repetir ya que siempre lo
haría con preservativo o directamente fuera de la vagina. Fue una experiencia
brutal que nos hizo gozar y extasiarnos de sobremanera, aunque solo fuese por
el morboso hecho de hacerlo en mi propia silla de clase.
Tras esta excitante y morbosa fantasía en mi clase parecía como si el mundo de
las fantasías entre Iñigo y yo no iba a tener nunca fin y que iban a ser todas
igual de placenteras, gozosas, imaginativas y satisfactorias, pero en la
siguiente que iba a plantearme iba a sufrir un gran revés sobre todo para él y una
considerable frustración, pero lo contaré desde el principio. Tal y como
comenté antes, cuando me estaba preparando para esta fantasía en la silla de mi
clase le pregunté a Iñigo si quería que me vistiese de una forma especial y él
me contestó que no, para luego recapacitar y matizar su respuesta con un “No.
Nada. Eso mejor para otra fantasía. Ahora viste de forma normal, como quieras”.
Eso de “otra fantasía” activó mi curiosidad y pregunté: “¿qué otra fantasía
aparte de esta quieres hacer?” Por lo que ya era hora de preguntarle a qué otra
fantasía se refería para así llevarla a cabo. Lo cierto es que él ardía en
deseos de contármela tanto como yo de escucharla. Muy ilusionada y
entusiasmadamente empezó a decir: “El plantear hacerlo en tu instituto me trajo
a la memoria que cuando yo estaba en el instituto había una chica que me
gustaba mucho y nunca tuve nada con ella. Me encantaba y sobre todo me gustaba
mucho cuando iba vestida de determinada manera: chaleco negro, camisa blanca a
rayas y falda larga negra. Por eso lo que quiero plantearte ahora es que
hagamos lo mismo que hicimos ayer pero en mi instituto, en mi antigua clase de
mi instituto, y tú vestida de esa manera”.
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