La idea me pareció ingeniosa y ocurrente. Me gustó.
Era excitante y morboso. Por lo que le dije a Iñigo: “genial, además tengo una
camisa a rayas y un chaleco negro que me puedo poner”. A lo que enseguida él me
contestó: “No, no, tiene que ser la misma camisa. La misma. El morbo es que sea
la misma camisa”. Yo me quedé un poco contrariada por ese obsesivo interés
porque fuese la misma marca de camisa. Por un momento se me pasó por la cabeza
que Iñigo se planteaba pasarse por la casa de esta chica y cogerle sin que se
diera cuenta esa camisa suponiendo que aún la tuviera (habían pasado ya 2 años
desde que Iñigo había acabado el instituto). Por lo que un poco tímidamente le
pregunte: “¿Es que quieres cogerle su camisa como hiciste con Pilar?”. Con una
mirada frustrada él me respondió: “No. Si ni siquiera sé donde vive y apenas
teníamos trato en el instituto. A lo mejor ya ni vive aquí. Eso es imposible”.
Por lo que le volví a preguntar: “¿Entonces?” A lo que ilusionado me contestó:
“Dame un par de días, hoy en día en las tiendas de ropa de Internet se puede
conseguir cualquier cosa y la conseguiré. Me pondré a buscarla hoy mismo”. Vaya
que sí sabía que se podía conseguir cualquier cosa, aún tenía muy reciente lo
que me había regalado por mi cumpleaños el Febrero pasado. Por lo que le dije
que vale y que esperaríamos hasta entonces.
Y esto, que en principio, iba a ser solo motivo de expectación e ilusión por
conseguirlo se fue convirtiendo paso a paso en una frustración total para
Iñigo, pues a pesar de volcarse buscando en Internet por todas parte o,
incluso, preguntando a sus contactos en la moda (su padre estaba muy
relacionado con ese mundillo) no consiguió obtener ningún dato ni de esa camisa
y de ninguna otra prenda relacionada con esa marca. Lo cierto es que el nombre
de la marca, Buck, a mí tampoco me sonaba de nada. Por lo que Iñigo empezó a
desesperarse y agobiarse con este tema y a perder, no solo interés por esta
fantasía en cuestión, sino directamente en mí porque durante esos días de
búsqueda infructuosa no quiso ni quedar ni nada. Fue como si le diera un bajón
psicológico por no poder cumplir esa fantasía tal y como la había planificado.
En un determinado momento le insinué que daba igual, que con cualquier chaleco,
camisa y falda parecida ya podría llevarse a cabo, pero se negó en redondo,
estaba claro que para él debía ser lo mismo para que fuese el morbo total que
andaba buscando. Su carácter, según pasaron los días, se volvió más agrio,
huraño y taciturno, casi ni le reconocía. Es increíble cómo no poder realizar
una fantasía puedes llegar tanto a frustrar a una persona como Iñigo. Pero era lógico, hasta ahora había podido
cumplir todo lo que había imaginado y, ahora, que tenía en mente una fantasía
muy especial para él no encontraba la manera de realizarla.
Lo que más me fastidió es que esta frustración y decepción de Iñigo repercutió
en nuestra relación porque durante todos esos días no solo no hicimos ninguna
fantasía sino que ni siquiera tuvimos relaciones íntimas. Se le apagó la chispa
y la ilusión por lo nuestro y la fogosidad que había manifestado en todo ese
tiempo desapareció por completo. Aparte de volverse más distante, frío,
indiferente y hasta taciturno conmigo. Pasé de ser su novia maravillosa con la
que quería compartir todo a ser la mujer invisible para él. Qué absurdo todo
que por no cumplir esa obsesión de la camisa de rayas “Buck” se viniese abajo
todo el interés por el morbo, fetichismo y encanto de nuestras fantasías. Pero
así era. Así de absurdo era. Y, tras unos días así, lo que me irritó ya
considerablemente fue una cosa que encontré una tarde buscando algo en su
ordenador que encontré por error algo que me gustaría no haber encontrado
nunca. Era un simple fichero de Word que estaba en una carpeta perdida el
ordenador. Y ese fichero era una simple carta, una carta anónima, pero antes de
adentrarme a contar lo de esa carta debería contar algo previo.
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