Con lo fetichista y muy amante de la moda y el
morbo que es Iñigo eso fue suficiente para captar su atención y sus preciosos
ojos se posaron de nuevo en mí, acaparando mis palabras toda su atención y
escuchándome aténtamente. Estaba segura de que no dejaba de pensar en cómo me
quedaría ese conjunto que tanto le había fascinado en Patricia. Si conseguía
que yo de nuevo fuese su objeto del deseo entonces se olvidaría por completo de
esa absurda fijación por la dichosa Patricia y no volvería a pensar en ella.
Hay que ver la de tonterías que hacemos cuando estamos enamoradas pero en esos
momentos Iñigo era todo para mí y mi relación con él era más intensa que nunca.
No iba a dejar que la atracción por otras rompiese lo nuestro. Aunque tuviese
que recurrir a artimañas de tener que vestirme como le gustaban las demás
chicas. Los chicos son volátiles y tontos, y hay que saber manejarlos, y a mí
me encantaba encandilarlo así, pues he de reconocer que todo el rollo
fetichista morboso a mí también me gustaba.
Sutilmente le pregunté: “¿Qué te parece la idea? ¿me quedaría bien?”. Él fingió
desinteres en su respuesta, se le notó mucho, porque vi en sus ojos y en su
rostro que estaba entusiasmado, pero solo se limito a decir: “bueno, sí,
supongo, todo te suele quedar muy bien”. Lo dijo fingiendo desinsterés y
apatía, pero estaba claro que había dado en el clavo y acabé rematando la faena
diciendo: “¿Me acompañas entonces esta tarde a comprarme una camisa marrón así
y una chupa de cuero marrón?”. Eso le animó y ya apenas disimuló el interés.
Estaba claro que eso le hacía disfrutar y que con ello estaba consiguiendo
eclipsar del todo a Patricia de su mente. Por lo que sin más demora salimos del
bar donde estábamos tomando café y nos fuimos de compras.
Fue una verdadera gozada ver cómo se le fue ilumando el rostro a Iñigo, cada
segundo que pasaba estaba más rebosante de ilusión y entusiasmo por comprarme
esa camisa marrón y esa chupa de cuero marrón. Empezamos a ver varías tiendas y
él no perdió el interés ni por un momento, es más, se agrandaba cada vez más.
Lo cierto es que la cazadora de cuero no nos costó mucho encontrarla, era justo
la que él quería y yo accedí todo el rato a sus deseos. La camisa marrón fue
más complicado, porque a pesar de ver varias camisas marrones muy bonitas
ninguna le satisfaccía del todo a Iñigo, ninguna era justo lo que andaba
buscando. Estaba clarísimo que estaba buscando justo la camisa que había
llevado la tal Patricia ese día que la vió y que hasta que no consiguiese
exactamente la misma no pararía. Yo en ningún momento hice ninguna insinuación
de que sabía lo de Patricia y me mostré todo el rato encantada por el interés
con el que se lo estaba tomando lo de comprarme ropa.
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