Desde cierto punto de vista podría resultar algo
molesto que su objeto de deseo fetichista y morboso fuese verme vestida
exactamente igual que ella, pero a mí no me importo, quería a Iñigo, era lo más
importante en mi vida y congeniaba con él al 100%. Ya en los meses anteriores
habíamos hecho muchas fantasías fetichistas mucho más raras y atrevidas que
ésta, por lo que no me pareció mal que obsesivamente quisiera comprar justo la
camisa que tenía en mente. Aquella tarde fue imposible. No la encontramos. Por lo
que quedamos al día para seguir buscando. Solo que al día siguiente ya fuimos
sobre seguro, pues Iñigo miró en los catálogos de ropa en Internet hasta
localizarla y cuando por fin localizó la camisa marrón que tanto anhelaba
fuimos directo a esa tienda para comprarla. Nada más probármela pude ver en sus
ojos el deseo contenido, noté la lujuria corriendo por sus venas y unas ganas
tremendas de querer acariciarme por encima de esa camisa. Lo cual no hizo, lo
cual me sorprendió, pero enseguida iba a saber porque no lo hizo en el probador
de la tienda. Se estaba reservando.
Vaya que sí se estaba reservando. Lo tenía todo en mente. Y fue al llegar a mi
casa cuando ya en la intimidad de mi habitación empezó a darme las órdenes
pertinentes. Fue a mi armario y cogio un vaquero en concreto. Estaba claro que
ese vaquero se parecía mucho al que llevó Patricia aquel día y que el morbo
fetichista de verme vestida como ella le estaba empezando a cegar de deseo. Me
dijo muy detalladamente: “Ponte la chupa de cuero con la camisa marrón y estos
vaqueros. Hazlo por favor”. Cualquier chica con dos dedos de frente se habría
dado cuenta enseguida que en esas palabras repletas de morbo había gato
encerrado, pero yo me seguí haciendo la inocente como si no supiera de qué iba
el asunto. Al fin y al cabo eso era exactamente lo que más ponía a Iñigo: que
yo cumpliese sus deseos fetichista y desde el principio de nuestra relación,
como muy bien demuestra todos los folios y folios que he escrito aquí desde que empezamos, era
el soporte en que se basaba nuestra mutua atracción física.
De todos modos no era todo tan raro, al fin y al cabo tenía como novio al chico
más guapo y elegante de toda España (por lo menos para mí), por tanto no había
nada inusual en querer complacerle en todo y querer estar tan guapa como él
quisiera. Según fui quitándome la ropa y poniéndome la camisa, los vaqueros y
la chupa de cuero pude ver en su mirada el placer supremo del deseo contenido y
la ansiedad total por consumar un anhelo sexual interior no resuelto. Por
momentos, me recordó la escena de “Vértigo” cuando James Stewart obliga a Kim
Novak a vestirse de determinada manera para así satisfacer sus más oscuros
deseos fetichistas. Nuestra escena era prácticamente igual, solo faltaba la
música de Bernard Herrmann de fondo.
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