El diario de Noa
El diario de Noa: Capítulo 237º
Iñigo me mirada intensa e impasiblemente mientras
me vestía así, cuando termine de vestirme finalmente con toda la ropa: chupa de
cuero marrón, camisa marrón claro y los vaqueros azules ni pestañeó. Durante
unos segundos ni pestañeó ni respiró. Yo me sentí rara y cohibida, no sabía qué
hacer ni qué decir. Era una sensación rara. No sé esperaba que se me acercara y
me hiciera el amor violentamente, o que jugase fetichistamente con mi ropa o
algo parecido. Solo al cabo de unos momentos acabó sonriendo (más bien medio
sonriendo) y pude notar claramente cómo su mente estaba maquinando algo, una
fantasía, algo que le iba a complacer mucho. Yo tímida y sumisamente no dije
nada. Estaba expectante a la espera de que él dijese algo o reaccionase de
alguna manera. Finalmente lo hizo, aunque no de la manera que yo me esperaba.
Porque con toda la tranquilidad del mundo me soltó: “venga, vámonos a dar un paseo, ya que te has puesto tan guapa lúcete por la calle” Y me sonrió afable y cariñosamente, aunque pude notar un brillo de lujuria en sus ojos que me intimidó un poco. De todos modos no me pareció mala idea y nos fuimos a dar ese paseo. Durante veinte minutos estuvimos paseando por diferentes calles cuando de repente Iñigo se paró ante un escaparate de una tienda. Era una tienda de artículos de regalo y no sé porqué se paró ahí, porque tampoco es que fijase su atención en ninguno de los artículos. Pero solo unos segundos después reparé en cuál era el motivo. Esa tienda estaba a poco más de 5 metros de la tienda donde trabajaba de dependienta Patricia y comprendí perfectamente que el día que la vio vestida así no fue en su tienda, sino justo en el escaparate donde nos encontrábamos en ese momento. Todo cuadraba. Todo tenía su lógica. Y el brillo de lujuria en los ojos de Iñigo se acentuó mucho más y pude apreciar mucho deseo contenido en su rostro. Pronto iba a descubrir que necesitaba, más que nunca, desahogar todo ese deseo justo en ese sitio.
Yo no decía nada. Iñigo tampoco. Pero su silencio me ponía más nerviosa que nunca. No estaba acostumbrada a que fuese tan reservado, callado y moderado. Era por lo general muy impulsivo y pasional, y más con el tema de las fantasías, pero estaba claro que ésta era especial y quería saborearla al máximo. Es curioso que con la de fantasías (algunas de ellas muy originales y sorprendentes) que había hecho con Iñigo (y en menor medida con Edu y Rafa en el pasado) aún me sentía cohibida, nerviosa y muy intranquila cuando sabía que íbamos a hacer una nueva. Me sentía como una niña pequeña. Supongo que, por lo que pasó con Edu a los 14 años, nunca dejaré de tener en el asunto de las fantasías una mentalidad inocente, ingenua y de inseguridad, como si siempre fuese algo nuevo, excitante, morboso para mí, y ésta ante ese escaparate vestida así como Patricia no iba a ser una excepción.
Porque con toda la tranquilidad del mundo me soltó: “venga, vámonos a dar un paseo, ya que te has puesto tan guapa lúcete por la calle” Y me sonrió afable y cariñosamente, aunque pude notar un brillo de lujuria en sus ojos que me intimidó un poco. De todos modos no me pareció mala idea y nos fuimos a dar ese paseo. Durante veinte minutos estuvimos paseando por diferentes calles cuando de repente Iñigo se paró ante un escaparate de una tienda. Era una tienda de artículos de regalo y no sé porqué se paró ahí, porque tampoco es que fijase su atención en ninguno de los artículos. Pero solo unos segundos después reparé en cuál era el motivo. Esa tienda estaba a poco más de 5 metros de la tienda donde trabajaba de dependienta Patricia y comprendí perfectamente que el día que la vio vestida así no fue en su tienda, sino justo en el escaparate donde nos encontrábamos en ese momento. Todo cuadraba. Todo tenía su lógica. Y el brillo de lujuria en los ojos de Iñigo se acentuó mucho más y pude apreciar mucho deseo contenido en su rostro. Pronto iba a descubrir que necesitaba, más que nunca, desahogar todo ese deseo justo en ese sitio.
Yo no decía nada. Iñigo tampoco. Pero su silencio me ponía más nerviosa que nunca. No estaba acostumbrada a que fuese tan reservado, callado y moderado. Era por lo general muy impulsivo y pasional, y más con el tema de las fantasías, pero estaba claro que ésta era especial y quería saborearla al máximo. Es curioso que con la de fantasías (algunas de ellas muy originales y sorprendentes) que había hecho con Iñigo (y en menor medida con Edu y Rafa en el pasado) aún me sentía cohibida, nerviosa y muy intranquila cuando sabía que íbamos a hacer una nueva. Me sentía como una niña pequeña. Supongo que, por lo que pasó con Edu a los 14 años, nunca dejaré de tener en el asunto de las fantasías una mentalidad inocente, ingenua y de inseguridad, como si siempre fuese algo nuevo, excitante, morboso para mí, y ésta ante ese escaparate vestida así como Patricia no iba a ser una excepción.
El diario de Noa: Capítulo 236º
Desde cierto punto de vista podría resultar algo
molesto que su objeto de deseo fetichista y morboso fuese verme vestida
exactamente igual que ella, pero a mí no me importo, quería a Iñigo, era lo más
importante en mi vida y congeniaba con él al 100%. Ya en los meses anteriores
habíamos hecho muchas fantasías fetichistas mucho más raras y atrevidas que
ésta, por lo que no me pareció mal que obsesivamente quisiera comprar justo la
camisa que tenía en mente. Aquella tarde fue imposible. No la encontramos. Por lo
que quedamos al día para seguir buscando. Solo que al día siguiente ya fuimos
sobre seguro, pues Iñigo miró en los catálogos de ropa en Internet hasta
localizarla y cuando por fin localizó la camisa marrón que tanto anhelaba
fuimos directo a esa tienda para comprarla. Nada más probármela pude ver en sus
ojos el deseo contenido, noté la lujuria corriendo por sus venas y unas ganas
tremendas de querer acariciarme por encima de esa camisa. Lo cual no hizo, lo
cual me sorprendió, pero enseguida iba a saber porque no lo hizo en el probador
de la tienda. Se estaba reservando.
Vaya que sí se estaba reservando. Lo tenía todo en mente. Y fue al llegar a mi casa cuando ya en la intimidad de mi habitación empezó a darme las órdenes pertinentes. Fue a mi armario y cogio un vaquero en concreto. Estaba claro que ese vaquero se parecía mucho al que llevó Patricia aquel día y que el morbo fetichista de verme vestida como ella le estaba empezando a cegar de deseo. Me dijo muy detalladamente: “Ponte la chupa de cuero con la camisa marrón y estos vaqueros. Hazlo por favor”. Cualquier chica con dos dedos de frente se habría dado cuenta enseguida que en esas palabras repletas de morbo había gato encerrado, pero yo me seguí haciendo la inocente como si no supiera de qué iba el asunto. Al fin y al cabo eso era exactamente lo que más ponía a Iñigo: que yo cumpliese sus deseos fetichista y desde el principio de nuestra relación, como muy bien demuestra todos los folios y folios que he escrito aquí desde que empezamos, era el soporte en que se basaba nuestra mutua atracción física.
De todos modos no era todo tan raro, al fin y al cabo tenía como novio al chico más guapo y elegante de toda España (por lo menos para mí), por tanto no había nada inusual en querer complacerle en todo y querer estar tan guapa como él quisiera. Según fui quitándome la ropa y poniéndome la camisa, los vaqueros y la chupa de cuero pude ver en su mirada el placer supremo del deseo contenido y la ansiedad total por consumar un anhelo sexual interior no resuelto. Por momentos, me recordó la escena de “Vértigo” cuando James Stewart obliga a Kim Novak a vestirse de determinada manera para así satisfacer sus más oscuros deseos fetichistas. Nuestra escena era prácticamente igual, solo faltaba la música de Bernard Herrmann de fondo.
Vaya que sí se estaba reservando. Lo tenía todo en mente. Y fue al llegar a mi casa cuando ya en la intimidad de mi habitación empezó a darme las órdenes pertinentes. Fue a mi armario y cogio un vaquero en concreto. Estaba claro que ese vaquero se parecía mucho al que llevó Patricia aquel día y que el morbo fetichista de verme vestida como ella le estaba empezando a cegar de deseo. Me dijo muy detalladamente: “Ponte la chupa de cuero con la camisa marrón y estos vaqueros. Hazlo por favor”. Cualquier chica con dos dedos de frente se habría dado cuenta enseguida que en esas palabras repletas de morbo había gato encerrado, pero yo me seguí haciendo la inocente como si no supiera de qué iba el asunto. Al fin y al cabo eso era exactamente lo que más ponía a Iñigo: que yo cumpliese sus deseos fetichista y desde el principio de nuestra relación, como muy bien demuestra todos los folios y folios que he escrito aquí desde que empezamos, era el soporte en que se basaba nuestra mutua atracción física.
De todos modos no era todo tan raro, al fin y al cabo tenía como novio al chico más guapo y elegante de toda España (por lo menos para mí), por tanto no había nada inusual en querer complacerle en todo y querer estar tan guapa como él quisiera. Según fui quitándome la ropa y poniéndome la camisa, los vaqueros y la chupa de cuero pude ver en su mirada el placer supremo del deseo contenido y la ansiedad total por consumar un anhelo sexual interior no resuelto. Por momentos, me recordó la escena de “Vértigo” cuando James Stewart obliga a Kim Novak a vestirse de determinada manera para así satisfacer sus más oscuros deseos fetichistas. Nuestra escena era prácticamente igual, solo faltaba la música de Bernard Herrmann de fondo.
El diario de Noa: Capítulo 235º
Con lo fetichista y muy amante de la moda y el
morbo que es Iñigo eso fue suficiente para captar su atención y sus preciosos
ojos se posaron de nuevo en mí, acaparando mis palabras toda su atención y
escuchándome aténtamente. Estaba segura de que no dejaba de pensar en cómo me
quedaría ese conjunto que tanto le había fascinado en Patricia. Si conseguía
que yo de nuevo fuese su objeto del deseo entonces se olvidaría por completo de
esa absurda fijación por la dichosa Patricia y no volvería a pensar en ella.
Hay que ver la de tonterías que hacemos cuando estamos enamoradas pero en esos
momentos Iñigo era todo para mí y mi relación con él era más intensa que nunca.
No iba a dejar que la atracción por otras rompiese lo nuestro. Aunque tuviese
que recurrir a artimañas de tener que vestirme como le gustaban las demás
chicas. Los chicos son volátiles y tontos, y hay que saber manejarlos, y a mí
me encantaba encandilarlo así, pues he de reconocer que todo el rollo
fetichista morboso a mí también me gustaba.
Sutilmente le pregunté: “¿Qué te parece la idea? ¿me quedaría bien?”. Él fingió desinteres en su respuesta, se le notó mucho, porque vi en sus ojos y en su rostro que estaba entusiasmado, pero solo se limito a decir: “bueno, sí, supongo, todo te suele quedar muy bien”. Lo dijo fingiendo desinsterés y apatía, pero estaba claro que había dado en el clavo y acabé rematando la faena diciendo: “¿Me acompañas entonces esta tarde a comprarme una camisa marrón así y una chupa de cuero marrón?”. Eso le animó y ya apenas disimuló el interés. Estaba claro que eso le hacía disfrutar y que con ello estaba consiguiendo eclipsar del todo a Patricia de su mente. Por lo que sin más demora salimos del bar donde estábamos tomando café y nos fuimos de compras.
Fue una verdadera gozada ver cómo se le fue ilumando el rostro a Iñigo, cada segundo que pasaba estaba más rebosante de ilusión y entusiasmo por comprarme esa camisa marrón y esa chupa de cuero marrón. Empezamos a ver varías tiendas y él no perdió el interés ni por un momento, es más, se agrandaba cada vez más. Lo cierto es que la cazadora de cuero no nos costó mucho encontrarla, era justo la que él quería y yo accedí todo el rato a sus deseos. La camisa marrón fue más complicado, porque a pesar de ver varias camisas marrones muy bonitas ninguna le satisfaccía del todo a Iñigo, ninguna era justo lo que andaba buscando. Estaba clarísimo que estaba buscando justo la camisa que había llevado la tal Patricia ese día que la vió y que hasta que no consiguiese exactamente la misma no pararía. Yo en ningún momento hice ninguna insinuación de que sabía lo de Patricia y me mostré todo el rato encantada por el interés con el que se lo estaba tomando lo de comprarme ropa.
Sutilmente le pregunté: “¿Qué te parece la idea? ¿me quedaría bien?”. Él fingió desinteres en su respuesta, se le notó mucho, porque vi en sus ojos y en su rostro que estaba entusiasmado, pero solo se limito a decir: “bueno, sí, supongo, todo te suele quedar muy bien”. Lo dijo fingiendo desinsterés y apatía, pero estaba claro que había dado en el clavo y acabé rematando la faena diciendo: “¿Me acompañas entonces esta tarde a comprarme una camisa marrón así y una chupa de cuero marrón?”. Eso le animó y ya apenas disimuló el interés. Estaba claro que eso le hacía disfrutar y que con ello estaba consiguiendo eclipsar del todo a Patricia de su mente. Por lo que sin más demora salimos del bar donde estábamos tomando café y nos fuimos de compras.
Fue una verdadera gozada ver cómo se le fue ilumando el rostro a Iñigo, cada segundo que pasaba estaba más rebosante de ilusión y entusiasmo por comprarme esa camisa marrón y esa chupa de cuero marrón. Empezamos a ver varías tiendas y él no perdió el interés ni por un momento, es más, se agrandaba cada vez más. Lo cierto es que la cazadora de cuero no nos costó mucho encontrarla, era justo la que él quería y yo accedí todo el rato a sus deseos. La camisa marrón fue más complicado, porque a pesar de ver varias camisas marrones muy bonitas ninguna le satisfaccía del todo a Iñigo, ninguna era justo lo que andaba buscando. Estaba clarísimo que estaba buscando justo la camisa que había llevado la tal Patricia ese día que la vió y que hasta que no consiguiese exactamente la misma no pararía. Yo en ningún momento hice ninguna insinuación de que sabía lo de Patricia y me mostré todo el rato encantada por el interés con el que se lo estaba tomando lo de comprarme ropa.
El diario de Noa: Capítulo 234º
En dicho fichero había un encabezado que ponía “La
ropa de Patricia” y debajo de eso un listado de la diferente ropa que había
llevado en cada fecha, es decir, una fecha con la correspondiente ropa que
llevaba en esa fecha. Esto me cabreó y me hizo daño. Para empezar las fechas
eran todas muy recientes, de las últimas tres semanas, es decir, desde que la
vimos en la tienda y le hizo esa indirecta, como si desde entonces se hubiese
quedado flipado y agilipollado por ello. Cierto que Iñigo siempre ha sido muy
fetichista y todo el rollo de la ropa le encanta y le da morbo, pero hasta
ahora todo ese rollo morboso lo había compartido conmigo, y que ahora sintiese
atracción por otra chica me carcomía los nervios y me ponía extremadamente
celosa. Sobre todo recuerdo una de las líneas de ese listado que ponía:
“cazadora de cuero con camisa marrón y vaqueros (MUY GUAPA Y ELEGANTE)”. Ese
“MUY GUAPA Y ELEGANTE” escrito todo en mayúsculas me hizo mucho daño, que Iñigo
se interesase, aunque fuese solo visualmente, por otra chica era muy duro para
mí. Además, ese ficherito demostraba que todos los días se las arreglaba para
pasar por esa tienda para ver cómo iba vestida la tal Patricia.
Desde ese momento ya mi imaginación me empezó a jugarme malas pasadas, pues llegué a pensar que, aunque todavía no habían intimido ni tonteado, no faltaría mucho hasta que diese ese paso y se liase con ella. Por una parte no concebía que Iñigo me pudiese ser infiel, pero al fin y al cabo había sido infiel a Pilar conmigo, entonces ¿por qué no me lo sería también a mí? Cuanto más lo pensaba más me agobiaba, y sobre todo ya empecé hasta a imaginarme que incluso alguna vez le habría hecho fotos con el móvil y hasta que fantaseaba morbosamente conmigo. Fue todo muy duro para mí. Una decepción brutal, pero antes de sacar conclusiones quise hablarlo todo directamente con Iñigo antes de que desvariase demasiado y acabase fastidiando del todo nuestra relación. Al fin y al cabo nada grave había pasado todavía (bueno, al menos eso yo pensaba) y éramos unos novios con mucha confianza para tratar madura y responsablemente cualquier tema. Por lo que me armé de valor y me decidí enfrentarme a él.
No sabía muy bien cómo abordar el tema en cuestión sin que él se diese cuenta que sabía lo de esos ficheritos de textos sobre Patricia. Por un momento me planteé ser totalmente sincera y decirle que había espiado su portátil y que había visto esas cosas, pero eso supondría una violación de su intimidad y acabaría resintiendo nuestra relación, por lo que debía abordarlo de otra manera, y cuanto más sutil mejor que mejor. Por lo que una tarde que quedamos le empecé a contar como quien no quiere la cosa que había visto en el escaparate de una tienda una camisa marrón clásica del estilo que me gustan y que me la iba a comprar. No es que su mirada detonase mucho interés en lo que estaba contando, por lo que seguí profundizando en el tema a ver si conseguía reactivar su interés. Por lo que dije: “No sé con qué me combinaría bien esa camisa marrón, no sé con qué jersey o chaqueta me quedaría mejor, porque ya aprovecho y me compro algo que haga juego con ella, quizás… una chaqueta de cuero así en plan marrón quedaría chula”. El efecto no se hizo esperar.
Desde ese momento ya mi imaginación me empezó a jugarme malas pasadas, pues llegué a pensar que, aunque todavía no habían intimido ni tonteado, no faltaría mucho hasta que diese ese paso y se liase con ella. Por una parte no concebía que Iñigo me pudiese ser infiel, pero al fin y al cabo había sido infiel a Pilar conmigo, entonces ¿por qué no me lo sería también a mí? Cuanto más lo pensaba más me agobiaba, y sobre todo ya empecé hasta a imaginarme que incluso alguna vez le habría hecho fotos con el móvil y hasta que fantaseaba morbosamente conmigo. Fue todo muy duro para mí. Una decepción brutal, pero antes de sacar conclusiones quise hablarlo todo directamente con Iñigo antes de que desvariase demasiado y acabase fastidiando del todo nuestra relación. Al fin y al cabo nada grave había pasado todavía (bueno, al menos eso yo pensaba) y éramos unos novios con mucha confianza para tratar madura y responsablemente cualquier tema. Por lo que me armé de valor y me decidí enfrentarme a él.
No sabía muy bien cómo abordar el tema en cuestión sin que él se diese cuenta que sabía lo de esos ficheritos de textos sobre Patricia. Por un momento me planteé ser totalmente sincera y decirle que había espiado su portátil y que había visto esas cosas, pero eso supondría una violación de su intimidad y acabaría resintiendo nuestra relación, por lo que debía abordarlo de otra manera, y cuanto más sutil mejor que mejor. Por lo que una tarde que quedamos le empecé a contar como quien no quiere la cosa que había visto en el escaparate de una tienda una camisa marrón clásica del estilo que me gustan y que me la iba a comprar. No es que su mirada detonase mucho interés en lo que estaba contando, por lo que seguí profundizando en el tema a ver si conseguía reactivar su interés. Por lo que dije: “No sé con qué me combinaría bien esa camisa marrón, no sé con qué jersey o chaqueta me quedaría mejor, porque ya aprovecho y me compro algo que haga juego con ella, quizás… una chaqueta de cuero así en plan marrón quedaría chula”. El efecto no se hizo esperar.
El diario de Noa: Capítulo 233º
Todo ocurrió unas 3 semanas antes de que yo encontrase esa
carta escrita en Word en su ordenador. Tres semanas antes necesitaba yo
comprarme un flexo nuevo para mi cuarto y fuimos yo a una tienda. En esa tienda
una de las dependientas conocía a Iñigo, aunque él no se acordaba de ella, pero
ella insistió en que habían estado juntos en preescolar, que solo estuvieron
juntos en preescolar y que ella se acordaba muy bien de él porque eran muy
buenos amigos. Iñigo le dijo sinceramente que no se acordaba de nada (¿quién se
puede acordar de esos a esas edades?) pero la chica estuvo insistiendo y
tonteando abiertamente con él a pesar de estar yo delante. De todos modos todo
quedó en una tontería y el resto del día ya no nos volvimos a acordarnos de esa
memez y se nos olvidó por completo. Lo único que recuerdo de esa chica, aparte
de lo exageradamente simpática y extrovertida que estuvo, fue su nombre
(Patricia) porque lo repitió varías veces para ver si Iñigo se acordaba al
menos de su nombre y que era muy alta, mucho más que yo, incluso diría que casi
1,80 por lo menos. De todos modos, enseguida se nos olvidó todo y yo
francamente no volví a pensar en ello, al menos hasta 3 semanas después cuando
encontré ese dichoso ficherito de Word.
El dichoso ficherito de Word era una carta anónima dirigida a esta Patricia, y lo sé con certeza pues en el mismo fichero estaba la dirección de la tienda con la intención de echar la carta de forma anónima bajo la tienda para que ella la leyera. Era muy descarado todo lo que allí ponía. Nunca se identificaba con su nombre, pero le insinuaba que se conocían hace tiempo, que ella le gustaba mucho, que le gustaba mucho su forma de vestir y finalmente le daba una cuenta de MSN por si quería contactar con él. Esa cuenta de MSN no era la oficial de Iñigo. Yo no la conocía y estaba claro que la utilizaba para, de forma anónima, charlar con esta Patricia o incluso con otras chicas. Eso me dolió. Me dolió muchísimo. Quizás me dejé llevar por la imaginación y él nunca llegó a introducir esa carta bajo la puerta de la tienda y nunca contactó con ella. Quizás solo se lo planteó pero no llegó a hacerlo. Además, hasta ese momento la compenetración entre Iñigo y yo había sido perfecta y él estaba encantado conmigo y con nuestras fantasías. Pero ahora que andaba frustrado, deprimido y agobiado por el bajón ese que le dio ¿no estaría tonteando con esta Patricia a mis espaldas aunque fuese solo por el MSN? No sé, las dudas me comían, los celos me carcomían y, sobre todo, me sentía muy dolida porque yo a Iñigo le quería y fue el primer chico del que verdaderamente me enamoré.
Como comprobé que seguía comiéndome mucho la cabeza seguí indagando en su ordenador, rebuscando algún indicio o alguna prueba de que hubiese estado con ella. Estaba segura casi al 99% de que jamás había quedado con ella y que simplemente me estaba dejando llevar por mi imaginación. Quizás debí dejar de comerme la cabeza de una vez por todas y seguir mi relación con Iñigo, la cual, a pesar del bajón de los últimos días por esa obsesión que le entró y que le deprimió, había sido estupenda y genial compenentrándonos todo el rato. Pero justo cuando pensaba apagar ya su portátil descubrí otro ficherito de texto sospechoso que al abrirlo me llenó de decepción y desilusión, no porque en él se confirmase que se habían visto y que estaban juntos, sino porque se notaba que le gustaba mucho.
El dichoso ficherito de Word era una carta anónima dirigida a esta Patricia, y lo sé con certeza pues en el mismo fichero estaba la dirección de la tienda con la intención de echar la carta de forma anónima bajo la tienda para que ella la leyera. Era muy descarado todo lo que allí ponía. Nunca se identificaba con su nombre, pero le insinuaba que se conocían hace tiempo, que ella le gustaba mucho, que le gustaba mucho su forma de vestir y finalmente le daba una cuenta de MSN por si quería contactar con él. Esa cuenta de MSN no era la oficial de Iñigo. Yo no la conocía y estaba claro que la utilizaba para, de forma anónima, charlar con esta Patricia o incluso con otras chicas. Eso me dolió. Me dolió muchísimo. Quizás me dejé llevar por la imaginación y él nunca llegó a introducir esa carta bajo la puerta de la tienda y nunca contactó con ella. Quizás solo se lo planteó pero no llegó a hacerlo. Además, hasta ese momento la compenetración entre Iñigo y yo había sido perfecta y él estaba encantado conmigo y con nuestras fantasías. Pero ahora que andaba frustrado, deprimido y agobiado por el bajón ese que le dio ¿no estaría tonteando con esta Patricia a mis espaldas aunque fuese solo por el MSN? No sé, las dudas me comían, los celos me carcomían y, sobre todo, me sentía muy dolida porque yo a Iñigo le quería y fue el primer chico del que verdaderamente me enamoré.
Como comprobé que seguía comiéndome mucho la cabeza seguí indagando en su ordenador, rebuscando algún indicio o alguna prueba de que hubiese estado con ella. Estaba segura casi al 99% de que jamás había quedado con ella y que simplemente me estaba dejando llevar por mi imaginación. Quizás debí dejar de comerme la cabeza de una vez por todas y seguir mi relación con Iñigo, la cual, a pesar del bajón de los últimos días por esa obsesión que le entró y que le deprimió, había sido estupenda y genial compenentrándonos todo el rato. Pero justo cuando pensaba apagar ya su portátil descubrí otro ficherito de texto sospechoso que al abrirlo me llenó de decepción y desilusión, no porque en él se confirmase que se habían visto y que estaban juntos, sino porque se notaba que le gustaba mucho.
El diario de Noa: Capítulo 232º
La idea me pareció ingeniosa y ocurrente. Me gustó.
Era excitante y morboso. Por lo que le dije a Iñigo: “genial, además tengo una
camisa a rayas y un chaleco negro que me puedo poner”. A lo que enseguida él me
contestó: “No, no, tiene que ser la misma camisa. La misma. El morbo es que sea
la misma camisa”. Yo me quedé un poco contrariada por ese obsesivo interés
porque fuese la misma marca de camisa. Por un momento se me pasó por la cabeza
que Iñigo se planteaba pasarse por la casa de esta chica y cogerle sin que se
diera cuenta esa camisa suponiendo que aún la tuviera (habían pasado ya 2 años
desde que Iñigo había acabado el instituto). Por lo que un poco tímidamente le
pregunte: “¿Es que quieres cogerle su camisa como hiciste con Pilar?”. Con una
mirada frustrada él me respondió: “No. Si ni siquiera sé donde vive y apenas
teníamos trato en el instituto. A lo mejor ya ni vive aquí. Eso es imposible”.
Por lo que le volví a preguntar: “¿Entonces?” A lo que ilusionado me contestó:
“Dame un par de días, hoy en día en las tiendas de ropa de Internet se puede
conseguir cualquier cosa y la conseguiré. Me pondré a buscarla hoy mismo”. Vaya
que sí sabía que se podía conseguir cualquier cosa, aún tenía muy reciente lo
que me había regalado por mi cumpleaños el Febrero pasado. Por lo que le dije
que vale y que esperaríamos hasta entonces.
Y esto, que en principio, iba a ser solo motivo de expectación e ilusión por conseguirlo se fue convirtiendo paso a paso en una frustración total para Iñigo, pues a pesar de volcarse buscando en Internet por todas parte o, incluso, preguntando a sus contactos en la moda (su padre estaba muy relacionado con ese mundillo) no consiguió obtener ningún dato ni de esa camisa y de ninguna otra prenda relacionada con esa marca. Lo cierto es que el nombre de la marca, Buck, a mí tampoco me sonaba de nada. Por lo que Iñigo empezó a desesperarse y agobiarse con este tema y a perder, no solo interés por esta fantasía en cuestión, sino directamente en mí porque durante esos días de búsqueda infructuosa no quiso ni quedar ni nada. Fue como si le diera un bajón psicológico por no poder cumplir esa fantasía tal y como la había planificado. En un determinado momento le insinué que daba igual, que con cualquier chaleco, camisa y falda parecida ya podría llevarse a cabo, pero se negó en redondo, estaba claro que para él debía ser lo mismo para que fuese el morbo total que andaba buscando. Su carácter, según pasaron los días, se volvió más agrio, huraño y taciturno, casi ni le reconocía. Es increíble cómo no poder realizar una fantasía puedes llegar tanto a frustrar a una persona como Iñigo. Pero era lógico, hasta ahora había podido cumplir todo lo que había imaginado y, ahora, que tenía en mente una fantasía muy especial para él no encontraba la manera de realizarla.
Lo que más me fastidió es que esta frustración y decepción de Iñigo repercutió en nuestra relación porque durante todos esos días no solo no hicimos ninguna fantasía sino que ni siquiera tuvimos relaciones íntimas. Se le apagó la chispa y la ilusión por lo nuestro y la fogosidad que había manifestado en todo ese tiempo desapareció por completo. Aparte de volverse más distante, frío, indiferente y hasta taciturno conmigo. Pasé de ser su novia maravillosa con la que quería compartir todo a ser la mujer invisible para él. Qué absurdo todo que por no cumplir esa obsesión de la camisa de rayas “Buck” se viniese abajo todo el interés por el morbo, fetichismo y encanto de nuestras fantasías. Pero así era. Así de absurdo era. Y, tras unos días así, lo que me irritó ya considerablemente fue una cosa que encontré una tarde buscando algo en su ordenador que encontré por error algo que me gustaría no haber encontrado nunca. Era un simple fichero de Word que estaba en una carpeta perdida el ordenador. Y ese fichero era una simple carta, una carta anónima, pero antes de adentrarme a contar lo de esa carta debería contar algo previo.
Y esto, que en principio, iba a ser solo motivo de expectación e ilusión por conseguirlo se fue convirtiendo paso a paso en una frustración total para Iñigo, pues a pesar de volcarse buscando en Internet por todas parte o, incluso, preguntando a sus contactos en la moda (su padre estaba muy relacionado con ese mundillo) no consiguió obtener ningún dato ni de esa camisa y de ninguna otra prenda relacionada con esa marca. Lo cierto es que el nombre de la marca, Buck, a mí tampoco me sonaba de nada. Por lo que Iñigo empezó a desesperarse y agobiarse con este tema y a perder, no solo interés por esta fantasía en cuestión, sino directamente en mí porque durante esos días de búsqueda infructuosa no quiso ni quedar ni nada. Fue como si le diera un bajón psicológico por no poder cumplir esa fantasía tal y como la había planificado. En un determinado momento le insinué que daba igual, que con cualquier chaleco, camisa y falda parecida ya podría llevarse a cabo, pero se negó en redondo, estaba claro que para él debía ser lo mismo para que fuese el morbo total que andaba buscando. Su carácter, según pasaron los días, se volvió más agrio, huraño y taciturno, casi ni le reconocía. Es increíble cómo no poder realizar una fantasía puedes llegar tanto a frustrar a una persona como Iñigo. Pero era lógico, hasta ahora había podido cumplir todo lo que había imaginado y, ahora, que tenía en mente una fantasía muy especial para él no encontraba la manera de realizarla.
Lo que más me fastidió es que esta frustración y decepción de Iñigo repercutió en nuestra relación porque durante todos esos días no solo no hicimos ninguna fantasía sino que ni siquiera tuvimos relaciones íntimas. Se le apagó la chispa y la ilusión por lo nuestro y la fogosidad que había manifestado en todo ese tiempo desapareció por completo. Aparte de volverse más distante, frío, indiferente y hasta taciturno conmigo. Pasé de ser su novia maravillosa con la que quería compartir todo a ser la mujer invisible para él. Qué absurdo todo que por no cumplir esa obsesión de la camisa de rayas “Buck” se viniese abajo todo el interés por el morbo, fetichismo y encanto de nuestras fantasías. Pero así era. Así de absurdo era. Y, tras unos días así, lo que me irritó ya considerablemente fue una cosa que encontré una tarde buscando algo en su ordenador que encontré por error algo que me gustaría no haber encontrado nunca. Era un simple fichero de Word que estaba en una carpeta perdida el ordenador. Y ese fichero era una simple carta, una carta anónima, pero antes de adentrarme a contar lo de esa carta debería contar algo previo.
El diario de Noa: Capítulo 231º
Yo no hacía más que susurrar que parara, que nos
estábamos pasando. No me hizo ni caso, porque cuando volvió a restregarse
contra mí pude notar que no era su pantalón lo que ya restregaba sino
directamente su pene y que se había bajado él también los pantalones y los
calzoncillos. Solo de imaginar esta situación: ambos desnudos por completo de
cintura para abajo me hizo excitarme y nubló mi mente por completo. Ya no pensé
más en los riesgos. O mejor dicho ya no quise pensar más en ello. Solo quería
disfrutar ese momento morboso fetichista cuanto antes y, sobre todo, que
acabase lo más rápido posible porque me angustiaba la posibilidad de que nos
pillaran. Iñigo debió pensar lo mismo porque de repente noté como me penetró
por detrás de golpe y empezó a follar con gran velocidad y ansiedad. Era una
locura. Una locura absoluta. Una demencia total. Además se aceleró tanto al
hacerlo que al cabo de solo 2 minutos acabó eyaculando de forma bestial como si
llevase horas conteniéndose en vez de solo 2 minutos. Eso me cabreó muchísimo
porque eyaculó dentro de mí sin preservativo ni nada. Eso era una inconsciencia
brutal y me enojó mucho. Trate de echarle la bronca pero solo pude ver en su rostro
una cara totalmente sonrojada, extasiada y complacida y eso me aplacó un poco.
De todos modos enseguida recobré la compostura y me vestí rápido al mismo tiempo que le decía: “Venga, vístete, rápido”. Él de forma algo atolondrada (¿Por qué los chicos siempre se quedan atolondrados después de eyacular?) se vistió torpemente al mismo tiempo que sonreía muy satisfecho. Al cabo de unos pocos minutos los dos salíamos del aula como si nada hubiese pasado. Ambos nos fuimos a los servicios a limpiarnos porque la eyaculación fue muy abundante y los dos quedamos bastante manchados. Tras salir del servicio le confesé a Iñigo que me había encantado y que había sido uno de los momentos más morbosos y excitantes de nuestra relación, pero que me preocupaba que se hubiera corrido dentro de mí y que sería aconsejable ir a un centro de salud a solicitar la píldora del día después. No puso ningún reparo, le pareció lo más razonable y me juró que iríamos y que, además, no se volvería a repetir ya que siempre lo haría con preservativo o directamente fuera de la vagina. Fue una experiencia brutal que nos hizo gozar y extasiarnos de sobremanera, aunque solo fuese por el morboso hecho de hacerlo en mi propia silla de clase.
Tras esta excitante y morbosa fantasía en mi clase parecía como si el mundo de las fantasías entre Iñigo y yo no iba a tener nunca fin y que iban a ser todas igual de placenteras, gozosas, imaginativas y satisfactorias, pero en la siguiente que iba a plantearme iba a sufrir un gran revés sobre todo para él y una considerable frustración, pero lo contaré desde el principio. Tal y como comenté antes, cuando me estaba preparando para esta fantasía en la silla de mi clase le pregunté a Iñigo si quería que me vistiese de una forma especial y él me contestó que no, para luego recapacitar y matizar su respuesta con un “No. Nada. Eso mejor para otra fantasía. Ahora viste de forma normal, como quieras”. Eso de “otra fantasía” activó mi curiosidad y pregunté: “¿qué otra fantasía aparte de esta quieres hacer?” Por lo que ya era hora de preguntarle a qué otra fantasía se refería para así llevarla a cabo. Lo cierto es que él ardía en deseos de contármela tanto como yo de escucharla. Muy ilusionada y entusiasmadamente empezó a decir: “El plantear hacerlo en tu instituto me trajo a la memoria que cuando yo estaba en el instituto había una chica que me gustaba mucho y nunca tuve nada con ella. Me encantaba y sobre todo me gustaba mucho cuando iba vestida de determinada manera: chaleco negro, camisa blanca a rayas y falda larga negra. Por eso lo que quiero plantearte ahora es que hagamos lo mismo que hicimos ayer pero en mi instituto, en mi antigua clase de mi instituto, y tú vestida de esa manera”.
De todos modos enseguida recobré la compostura y me vestí rápido al mismo tiempo que le decía: “Venga, vístete, rápido”. Él de forma algo atolondrada (¿Por qué los chicos siempre se quedan atolondrados después de eyacular?) se vistió torpemente al mismo tiempo que sonreía muy satisfecho. Al cabo de unos pocos minutos los dos salíamos del aula como si nada hubiese pasado. Ambos nos fuimos a los servicios a limpiarnos porque la eyaculación fue muy abundante y los dos quedamos bastante manchados. Tras salir del servicio le confesé a Iñigo que me había encantado y que había sido uno de los momentos más morbosos y excitantes de nuestra relación, pero que me preocupaba que se hubiera corrido dentro de mí y que sería aconsejable ir a un centro de salud a solicitar la píldora del día después. No puso ningún reparo, le pareció lo más razonable y me juró que iríamos y que, además, no se volvería a repetir ya que siempre lo haría con preservativo o directamente fuera de la vagina. Fue una experiencia brutal que nos hizo gozar y extasiarnos de sobremanera, aunque solo fuese por el morboso hecho de hacerlo en mi propia silla de clase.
Tras esta excitante y morbosa fantasía en mi clase parecía como si el mundo de las fantasías entre Iñigo y yo no iba a tener nunca fin y que iban a ser todas igual de placenteras, gozosas, imaginativas y satisfactorias, pero en la siguiente que iba a plantearme iba a sufrir un gran revés sobre todo para él y una considerable frustración, pero lo contaré desde el principio. Tal y como comenté antes, cuando me estaba preparando para esta fantasía en la silla de mi clase le pregunté a Iñigo si quería que me vistiese de una forma especial y él me contestó que no, para luego recapacitar y matizar su respuesta con un “No. Nada. Eso mejor para otra fantasía. Ahora viste de forma normal, como quieras”. Eso de “otra fantasía” activó mi curiosidad y pregunté: “¿qué otra fantasía aparte de esta quieres hacer?” Por lo que ya era hora de preguntarle a qué otra fantasía se refería para así llevarla a cabo. Lo cierto es que él ardía en deseos de contármela tanto como yo de escucharla. Muy ilusionada y entusiasmadamente empezó a decir: “El plantear hacerlo en tu instituto me trajo a la memoria que cuando yo estaba en el instituto había una chica que me gustaba mucho y nunca tuve nada con ella. Me encantaba y sobre todo me gustaba mucho cuando iba vestida de determinada manera: chaleco negro, camisa blanca a rayas y falda larga negra. Por eso lo que quiero plantearte ahora es que hagamos lo mismo que hicimos ayer pero en mi instituto, en mi antigua clase de mi instituto, y tú vestida de esa manera”.
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